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¿Vives instalado en la queja?

instalado en la queja
Cristina García
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Quejarse es un hábito que aprendemos muy rápido. Desde pequeños, cuando algo no nos gusta o no cumple con nuestras expectativas nos quejamos hasta tal punto que nuestros padres, hermanos, abuelos o amigos nos pueden llegar a llamar “quejicas”.

Sin embargo, los años pasan y, como norma general, aprendemos a quejarnos menos y hacer más. No obstante, hay personas que, como decimos comúnmente los psicólogos, se instalan en la queja.

¿Qué significa estar instalado en la queja?

Las personas que viven en la queja, invierten su tiempo en quejarse por cualquier cosa de manera recurrente. Lo haga ellos u otras personas, solo saben ver los aspectos negativos por lo que nunca están satisfechos buscando nuevas recriminaciones en cualquier ámbito de su vida. En resumen, cuando se vive en la queja, la persona limita su propio disfrute así como el de los demás.

Dicho de esta manera, puede verse como algo negativo y que ninguna persona querría en su vida. No obstante, vivir en la queja es una posición cómoda y que proporciona beneficios interesantes a la propia persona por lo que cuesta ser conscientes de ésta postura.

El hecho de quejarse constantemente, puede ayudar a que las demás personas estén más pendientes de ti, hagan más cosas por ti, te liberen de otras tareas, etc. Por lo tanto, al final, se consigue cierta atención viviendo de esta manera creando una falsa sensación de confort.

¿Qué consecuencias tiene vivir en la queja?

Aunque ya hemos comentado algunas de ellas, es importante destacar que el hecho de vivir en la queja conlleva otras consecuencias negativas tanto para la propia persona como para su alrededor. Algunos ejemplos son:

  • Disminución de la capacidad resolutiva, puesto que se centra en el problema pero no en la búsqueda de soluciones.
  • Cansancio
  • Visión negativa del mundo y del entorno
  • Desmotivación o desilusión en general
  • Dependencia hacia las otras personas, ya que la persona se apoya en los demás para que resuelvan sus problemas o le planteen posibles soluciones.

¿Cómo se puede cambiar?

Aunque suene a tópico, lo primero que se necesita es ser consciente de que uno mismo está instalado en la queja. Este hábito, aunque puede ser muy evidente para las personas del entorno, cuesta de reconocerlo en uno mismo. Por lo tanto, es importante analizar el propio discurso o los comentarios de los demás para ver sí uno vive centrado en las soluciones o, por el contrario, en los problemas.

Asimismo, es importante tener presente los beneficios que se obtienen de las quejas para así poder decidir libremente si son prescindibles para uno mismo. Todos hemos de tener en cuenta que al final, la decisión depende de cada uno y todas las formas de vivir son lícitas.

Una vez que se tiene claro, es importante empezar a reducir las quejas. Ser conscientes de cada vez que se queja para poder modificar el pensamiento o la frase por un mensaje más positivo o resolutivo.

Por ejemplo, ante la queja frecuente de no llego a final de mes, intentar cambiar el chip y valorar “Es verdad, mis cuentas van justas pero que puedo hacer para cambiar eso? Hay algo de lo que pueda prescindir a corto plazo? Puedo dejar de tomar el café en el bar cada día?”.

Lo esencial en este proceso es dejar el mensaje pasivo de la queja, para poder pasar a la acción. Por lo tanto, ante cualquier queja lo que se ha de poder conseguir es aceptarla, en caso de ser una realidad, y valorar qué puedo hacer con ello.

El antídoto contra la queja

“No hay mejor antídoto contra la cultura de la queja que la cultura del agradecimiento. No en vano, nos brinda la perspectiva necesaria para responder de la manera más eficiente, responsable y consciente posible ante los retos e imprevistos que surgen en nuestro día a día”. Irene Orce – La Vanguardia

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