- La triada narrativa y el secuestro emocional: Cuando las historias que nos contamos nos atrapan - 26 octubre, 2024
- 8 Frases Tóxicas que los Padres Nunca Deben Decir a sus Hijos - 19 octubre, 2024
- Cómo explicar la muerte a los niños y responder a sus preguntas - 5 octubre, 2024
En los momentos más duros, cuando estuvimos lidiando con la pandemia de covid-19, nos enfrentamos a otro grave problema quizás menos obvio: el exceso de información. Desde el inicio fuimos bombardeados con datos, casos reales, informes científicos, y anécdotas de amigos y familiares, unas más ciertas que otras.
Pero, ¿cómo podemos estar seguros de que lo que estamos leyendo es fiable? ¿Y cómo podemos promover la difusión de la información confiable en lugar de artículos que son engañosos o simplemente incorrectos?.
¿Qué es la desinformación?
Antes de profundizar en la psicología de la desinformación conviene establecer la diferencia entre información falsa y desinformación. La desinformación es esencialmente material que se comparte con pleno conocimiento de que es falso. Así que alguien podría inventar una historia y publicarla en línea por cualquier razón, desde obtener ganancias políticas, económicas o de influencia, poder o sabotaje.
Esas mentiras deliberadas conducen ineludiblemente a la desinformación. Ahora bien, este material se convierte con facilidad en mensajes que la gente comparte o difunde con la creencia de que son ciertos.
Puede decirse que esta información que se comparte es sin duda información falsa que contribuye a la desinformación, pero no ha sido compartida con esa intención. Se trata simplemente de información falsa, cuyo objetivo no es desinformar.
Es el contexto por tanto el que determina si una información falsa que se comparte puede ser considerada desinformación, pero la clave son las motivaciones individuales a la hora de compartir el material, y si realmente quién lo comparte sabe lo que está haciendo realmente.
Por qué las personas difunden información falsa
Hay algunas investigaciones que sugieren que la creencia en material falso, ya sea conspiración, ideación o algún tipo de desinformación política, tiende a asociarse con sentimientos de impotencia y pérdida de control sobre la propia vida. Las personas que creen en una cosa, tienden a creer en otras, y esto ha sido documentado bastante bien en el dominio de la teoría de la conspiración.
Esto sugiere que las personas que han estado activas en el movimiento de negación del coronavirus ahora se están aferrando a la negación del cambio climático. La desinformación parece ser una especie de factor subyacente que influye en la creencia de las personas y en el tipo de acciones que toman como resultado.
Pero, ¿cómo afectan las variables personales a la hora de adoptar este tipo de creencias? Parece existir un patrón de resultados bastante errático en una serie de estudios diferentes que hacen pensar que la personalidad tiene un papel que desempeñar, pero tal vez sea un papel relativamente débil en términos de determinar si alguien va a compartir o no información falsa.
Parece haber otras variables que interactúan entre sí. Por ejemplo, hay alguna evidencia de que una menor amabilidad está asociada con la probabilidad de compartir información falsa. La escrupulosidad también parece estar asociada con este tipo de conducta. La extraversión y el neuroticismo también se asocian, aunque de manera poco consistente con la probabilidad autoinformada de compartir.
Pero algunas investigaciones más recientes sugieren que tal vez sea la asociación de esas variables con otras características, como ciertos rasgos desadaptativos, que llevan a la persona a confiar más en la heurística, en lugar del pensamiento racional, y que podría estar vinculado a su nivel educativo.
En otras investigaciones, variables como el nivel de educación o la edad, han mostrado relaciones inconsistentes con la probabilidad de compartir información falsa, y esto es así porque estas variables en realidad se vinculan con otras que también pueden tener una influencia relevante.
Por ejemplo, se han encontrado vínculos estables entre la orientación política y la probabilidad de compartir información falsa, siendo la mayor parte de la desinformación apoyada por posiciones conservadoras.
¿Significa esto que si tu orientación política es conservadora es más probable que participes en la difusión de información falsa? La respuesta debe ser sí, aunque como decíamos no es posible establecer una relación causa efecto con ninguna de las variables estudiadas de forma aislada. Son muy diversas las interacciones entre estas variables, y la realidad es que casi cualquier persona puede correr el riesgo de compartir información falsa dirigida a la desinformación.
De algún modo, todos somos parte del problema, manipulados o no por la facilidad que nos dan las redes sociales y sus algoritmos para apoyar determinado material. Solo por mirar una determinada información más tiempo del que se considera “normal”, por ejemplo, haremos que los algoritmos de estas redes atribuyan de inmediato nuestro nivel de atención a nuestro interés por el contenido, y le otorguen en consecuencia mayor relevancia.
Cómo combatir la desinformación
Saber por qué compartimos información falsa es una parte importante del rompecabezas. Pero otra es comprender cómo podemos contrarrestarlo y descubrir si podemos cambiar esas creencias infundadas.
Antes mencionamos el covid y la abrumadora cantidad de información que se publicó. La evidente desinformación que invadió las redes en aquel momento ha cambiado la forma en que la gente piensa al respecto. En cierto modo ha despertado a todos sobre los peligros de la desinformación en relación a la salud. Nos ha hecho conscientes de cómo el modo en que manejamos la información importa.
Pero ¿es difícil para el cerebro cambiar de opinión después de haber aprendido algo? Realmente no lo es tanto. El cambio de creencias es bastante común, y un factor importante es que las personas a menudo no tienen estas creencias realmente arraigadas. A menudo las personas simplemente no están seguras o realmente no saben.
Existe una mayor resistencia al cambio cuando las creencias tienen que ver con visiones del mundo preexistentes, o bien cuando existe un cierto interés personal, o si la fuente se considera muy confiable. En realidad medir la creencia es una tarea extremadamente difícil y requiere una aproximación casi caso por caso.
En este contexto es importante visualizar que hay muchas formas de corregir la información falsa y lo bueno es que, independientemente de la forma en que se intente corregir, suele ser altamente efectivo.
Muy a menudo encontramos que el formato de la corrección en realidad no importa tanto, aunque hay formas que pueden ayudar a que la corrección sea más efectiva, por ejemplo, proporcionando hechos alternativos.
El problema es que la alternativa correcta tiene que ser tan simple o más simple que el concepto erróneo y, a menudo, en el mundo real, la información errónea es mucho más simple. Ese es uno de los grandes problemas, en particular cuando se trata de desinformación científica. En lo que respecta por ejemplo a nuestra disciplina, la neurociencia y la psicología, la desinformación suele ser muy simple.
Es realmente difícil hacer que la verdad en la ciencia sea igual de fácil o simple. La verdad siempre tendrá más matices, pero a pesar de estos inconvenientes, vale la pena tratar de corregir a las personas que mantiene tesis erróneas.
Durante algún tiempo se mantuvo la idea equivocada sobre el efecto contraproducente de tratar de corregir a las personas, debido al supuesto refuerzo que supone repetir una y otra vez la información falsa. Esto es realmente un mito. La investigación actual va en la dirección contraria: es útil repetir el concepto erróneo inicial siempre y cuando se asocie al elemento corrector de manera consistente.
Este efecto de disonancia que buscamos al corregir creencias falsas es de extrema utilidad cuando se trata de personas que no saben que la información que están compartiendo es incorrecta. Pero existe ese otro grupo de personas cuyo objetivo deliberado es la desinformación, para quiénes se requiere un conjunto de herramientas completamente diferente.
Cuando existe desinformación deliberada es ciertamente más difícil saber cómo contrarrestarla, y la investigación en este ámbito se hace mucho más necesaria. Incluso, como ya vimos, definir qué es la desinformación puede llegar a ser realmente difícil. No tenemos una buena comprensión de por qué las personas comparten información inexacta.
Dado que las motivaciones para desinformar pueden ser muy diversas, el modo de enfrentarse a este fenómeno se aventura como igualmente amplio y disperso. No obstante, algunos investigadores han tratado de dar respuesta a esta dificultad.
Parece que un factor clave es no avergonzar públicamente a las personas por sus creencias, aunque no sean correctas. No ser desdeñoso. Y por contra tratar de fomentar el cuestionamiento y el pensamiento crítico.
Esto supone tener una actitud receptiva, tratando de estrechar las distancias entre las posiciones contrarias, con frases como “…entiendo, entonces lo que estás diciendo es…”, buscando algún terreno común sobre el cual construir y, en general, enfrentarse a la situación de una manera tranquila y empática.
Puede parecer una visión muy sombría de nuestra realidad asumir que vivimos en una especie de tejido de mentiras y engaños, pero también es importante reconocer que hay otra realidad basada en la verdad conocible, y que muchas personas se afanan por que la información maliciosamente falsa no tome el control de nuestro ánimo y nuestras decisiones.
Nos encantaría saber qué haces cuando te enfrentas a información falsa, ya sea en línea o en la vida real, ¿te quedas y discutes o prefieres ignorarla?.