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La intervención psicoterapéutica es un proceso complejo que requiere del terapeuta actitudes y aptitudes adecuadas a cada circunstancia. Estas habilidades son susceptibles de ser mejoradas con la experiencia y la supervisión necesaria, y no es raro que a lo largo de ese aprendizaje se produzcan errores, especialmente en los primeros años de práctica profesional.
A continuación se enumeran algunos de los errores más comunes en la práctica clínica, así como las estrategias necesarias para corregirlos. Si te ves reflejado o reflejada en alguno de ellos, o hay otros errores que consideres relevantes, déjanos un mensaje y lo comentamos.
Errores cometidos durante las entrevistas
Debemos ser conscientes de nuestro propio comportamiento durante las entrevistas, ya que es posible que no estemos reforzando al paciente de manera suficiente o que lo estemos haciendo de forma indiscriminada.
Podemos también usar preguntas cerradas en exceso, ser demasiado directivos o pasivos, evitar abordar áreas que son angustiantes para el paciente, hacer muchas preguntas a la vez sin esperar la respuesta, ignorar la comunicación no verbal o interrumpir al paciente mientras habla.
Otro error habitual es ponernos en el papel de expertos y aceptar toda la responsabilidad por la mejora del paciente. Nosotros, como psicólogos, somos expertos en el proceso terapéutico, pero el paciente es el único experto en sí mismo y debe ser tratado como tal.
También debemos evitar hacer falsas promesas de curación o mejoría, así como un uso excesivo del consuelo para evitar o prevenir la expresión emocional.
No concretar los objetivos de la intervención
En general, el objetivo de buscar asistencia psicológica es mejorar la calidad de vida del paciente, pero un proceso de terapia no puede reducirse a ese objetivo genérico.
Es fundamental crear una estrategia de intervención global basada en la formulación clínica del caso, que incluya metas a corto, medio y largo plazo, así como los instrumentos necesarios para alcanzarlas. Además, es importante discutirlo con el paciente y llegar a un acuerdo sobre las cuestiones de mayor calado.
Por supuesto este plan debe ser lo suficientemente flexible para adaptarse a los cambios que surjan durante el proceso.
Aconsejar al paciente o decirle qué hacer
Ponernos en la posición del experto que aconseja al paciente qué hacer no tiene ningún valor terapéutico porque genera dependencia y no ayuda al paciente a tomar el control de la situación y de sus decisiones. Más bien, nuestro trabajo es establecer un espacio donde las personas puedan pensar y trabajar en los objetivos especificados.
Nuestra tarea como psicólogos es propiciar el cambio buscando la autonomía del paciente. Para ello el proceso terapéutico debe basarse en acompañar a la persona en la toma de decisiones y aportarle herramientas que le ayuden a gestionar sus dificultades.
Cuando tratamos a menores o ancianos, contactar con familiares sin consultarlos
Existe cierta tendencia a no incluir a los jóvenes y a los ancianos en sus planes de tratamiento, contactando con familiares o cuidadores sin consultarlos. Al hacerlo, corremos el riesgo de romper la conexión terapéutica que hayamos creado, ya que hemos traicionado su confianza.
Como resultado, si creemos que es vital involucrar a los miembros de la familia, es fundamental contarles, escuchar sus opiniones y asegurarnos de que estén presentes durante estas sesiones tanto como sea posible.
Otro error a evitar al trabajar con población infantil o adolescente es tratar al menor como si fuera una entidad aislada, ignorando la influencia de las personas que conviven con él. Siempre será necesario realizar un examen de la familia, cuidadores o profesores, y determinar su papel en las dificultades del niño desde un punto de vista psicosocial.
Sin perder nunca de vista que el propósito del psicólogo es ayudar al niño propiciando la mejora de la dinámica familiar, no reemplazando o compitiendo con los padres.
Romper el secreto profesional
En relación a lo anterior, violar el derecho al secreto de la información aportada en una sesión individual es un error grave. Es posible, por ejemplo, que hagamos una entrevista con un menor y llevemos parte de la información a la sesión familiar. Debemos ser extremadamente cautelosos con esto, e incluso podríamos pedirle al joven que nos avise si lo estamos haciendo sin saberlo.
Se aconseja que el psicólogo que está tratando al menor no trate a otro miembro de la familia por separado. Derivarlo a otro profesional sería lo más adecuado para evitar un conflicto de intereses, o para dejar claro al joven que su espacio terapéutico está suficientemente protegido.
Otro error que debemos evitar cuando trabajamos con niños es decirles que lo tratado en las sesiones es confidencial o “secreto”, ya que puede cohibir su necesidad de compartir su malestar con otros miembros de su entrono familiar o social. Es el psicólogo, no el niño, quien debe mantener la privacidad profesional.
Abordar una situación traumática demasiado pronto
No es raro que al identificar una experiencia traumática que ha provocado los síntomas actuales, en determinados casos consideremos vital tratarla de forma inmediata y directa.
En este sentido, debemos extremar la precaución y acordar siempre el ritmo terapéutico con el paciente, teniendo una especial sensibilidad para que no se produzca una retraumatización.
Determinar si la historia del paciente es “verdadera” o “falsa”
Nuestro papel nunca debería ser determinar si sucedió algo tal y como afirma el paciente, ya que esta es misión y responsabilidad de otras profesiones como la psicología forense.
Trabajaremos con la experiencia previa del paciente, así como con sus registros médicos y circunstancias personales que le rodean, y con el impacto emocional que estas circunstancias han tenido sobre su actual situación, sin valorar o juzgar su relato o sus reacciones.
No colaborar con otros profesionales involucrados
Con frecuencia es necesario cooperar con otros expertos involucrados en el caso, particularmente cuando se trabaja con niños, como maestros, pediatras, etc. En el caso de los adultos, puede ser necesario consultar con médicos de atención primaria, psiquiatras y otros especialistas.
Además de las habilidades de consultoría en sí, esta coordinación requiere la capacidad de escuchar las perspectivas de otros profesionales.
Debemos hacer un esfuerzo especial para encontrar puntos en común y, en la medida de lo posible, seguir una única vía de acción para ofrecer coherencia a la participación multidisciplinar, especialmente en circunstancias en las que se tienen perspectivas divergentes sobre lo que está sucediendo.
Establecer un juicio clínico precipitado
Podríamos precipitarnos a la hora de establecer o revelar los resultados de nuestra evaluación, debido a nuestra propia inseguridad o a la presión del paciente o de su familia. Debemos ser cautelosos al respecto y preguntarnos qué está impulsando esta demanda (qué aporta la etiqueta, a quién interesa y por qué), considerando también las posibles consecuencias del etiquetado.
En general, es más importante centrarse en las consecuencias que para el paciente tiene su actual estado mental y emocional, que en el establecimiento de una etiqueta. Y, en cualquier caso, debemos realizar una exploración exhaustiva, cuidando de no evaluar al paciente en base a una sola impresión (efecto Maslow).
Tener prejuicios
Para mantener la neutralidad necesaria como profesionales centrados en la ayuda a las personas, es fundamental que evitemos los prejuicios basados en la edad, el género, el nivel socioeconómico, la nacionalidad y otros factores.
A veces, los tenemos tan interiorizados o naturalizados que se hace muy difícil detectarlos cuando ocurren, por lo que contar con un equipo de trabajo para discutir los casos mediante la presentación de sesiones clínicas, o bien tener la figura de un supervisor externo que nos ayude a identificar estas situaciones puede ser beneficioso.
No derivar si no te sientes capacitado
En determinadas situaciones, habrá problemas que un psicólogo encontrará más difíciles de abordar. Puede deberse a una falta de preparación o experiencia profesional, o podría deberse a sus propias vivencias previas o circunstancias personales.
En estos casos es importante realizar un ejercicio serio de autoanálisis para reconocer nuestras propias limitaciones, asegurándonos siempre de que el paciente reciba la atención adecuada sin interferencias de la propia vida del terapeuta.
Continuar con una intervención que no funciona
Es fundamental mantener la flexibilidad en este sentido, con una actitud de evaluación continua del proceso terapéutico.
Es posible que un paciente requiera nuestros servicios y nuestra capacitación o experiencia, o la forma en que abordamos el asunto, pueden no ser suficientes para ayudarlo. En estos casos es necesario examinar a fondo todo el proceso para reformularlo si fuera necesario, a ser posible con el apoyo de un supervisor externo.
Centrar la intervención en la desaparición del síntoma
Es relativamente común que los terapeutas novatos estén impacientes por querer que el síntoma desaparezca lo más rápido posible. En este sentido es importante recordar que el objetivo inicial es construir una relación terapéutica.
En esta parte del proceso es fundamental centrarse no solo en las características patológicas que podamos detectar durante la evaluación, sino también en las fortalezas del paciente y su predisposición al cambio.
Debemos recordar que estamos ante una persona que es mucho más que sus problemas o cualquier diagnóstico o etiqueta, además de tener en cuenta que pedir ayuda es una tarea difícil que merece nuestro respeto.
Los profesionales de la salud debemos ser especialmente cautelosos con las palabras y términos que utilizamos, y debemos comprender el síntoma en su contexto para determinar qué función tiene o ha tenido en el desarrollo del problema que se nos trae a consulta.
Minimizar el problema
En ciertas circunstancias, y sin ser del todo conscientes de las consecuencias, podemos ir demasiado lejos minimizando lo que le está ocurriendo al paciente, posiblemente para relativizar lo que nos traslada como demanda.
Si esto ocurre, es probable que el paciente lo vea como una falta de respeto o como una falta de comprensión de lo que le está sucediendo. Es fundamental reconocer y responder a esta emoción, decir cuál era nuestro objetivo y que es posible que hayamos cometido un error en la forma en que lo hicimos.
Propiciar la dependencia del paciente
Uno de los motivos disfuncionales que suelen estar presentes a la hora de elegir la psicología como profesión es la necesidad neurótica de poder.
Con frecuencia atendemos a personas frágiles y que tienen recursos emocionales mínimos para afrontar sus vidas por sí mismas. Esto puede crear una sensación de superioridad en el terapeuta que, si se lleva a su conclusión lógica, mantendrá esta dinámica, dificultando que el paciente se haga cargo de su vida y realice los cambios que necesita.
Contacto demasiado cercano o distante
Ante esta posibilidad debemos extremar las precauciones, especialmente cuando un paciente visita nuestra clínica por primera vez.
Aunque puede ser habitual que saludemos a los pacientes con dos besos, esto puede resultar muy invasivo para algunas personas. Dar la mano, por otro lado, puede parecer excesivamente frío o profesional.
Aquí no hay una pauta universal, por lo que es necesario encontrar la fórmula que funcione para cada terapeuta y cada paciente individualmente, sin que nadie se sienta presionado o incómodo. Si no estamos seguros, incluso podemos preguntarle al paciente cómo prefiere que lo traten.
Mantener el contacto fuera de las sesiones
Sin olvidar que uno de los principios deontológicos de la profesión prohíbe establecer relaciones paralelas con los pacientes (amistad, amor, familia, etc.), no establecer límites adecuados en la relación con el paciente puede ser perjudicial para el proceso terapéutico.
Mantener desde el principio un enfoque cauteloso es importante, al igual que determinar qué hacer si las restricciones no se cumplen en algún momento. Por ejemplo, si se debe mantener el contacto entre sesiones, aclarar las circunstancias y métodos; o si coinciden en un lugar público, cuál podría ser la forma de abordar para evitar confusiones.
Tampoco es responsabilidad del psicólogo seguir los protocolos sociales con el paciente, como asistir a eventos y celebraciones o sentirse obligado a felicitarlo por un logro. Nuestra función es terapéutica, no social. Aunque puede haber circunstancias en las que el psicólogo pueda contactar con el paciente o mostrar interés por hitos que consideremos relevantes y que han sido abordados en la terapia.
En general se debe manejar cualquier exceso o mal uso por parte del paciente de estas situaciones, o de lo contrario se debe considerar la supervisión o la derivación.
Ignorar los retrasos o cancelaciones inesperadas
En lo que respecta a la puntualidad y la asistencia a las sesiones debemos ser flexibles con un retraso puntual o una cancelación por causas sobrevenidas, pero es importante informar al paciente de la necesidad de cumplir con las sesiones según se ha establecido en el contrato terapéutico, haciendo énfasis en que el tiempo de sesión es un tiempo para él y que debe aprovecharlo.
Es posible que en un esfuerzo por ser comprensivos y promover el vínculo nos saltemos algunas cuestiones que serán evaluadas a posteriori (para ver si son conductas del repertorio habitual del paciente que deban abordarse), pero no podemos arriesgarnos a que el paciente crea que puede ir y venir cuando quiera, y que los retrasos o las cancelaciones se conviertan en algo habitual.
No es terapéutico ni beneficioso para él, ni para el psicólogo, porque las actitudes inadecuadas se verían reforzadas, mientras que el desarrollo de la propia intervención se vería afectado.
Sin ser los únicos, sí son los más habituales, y como ves, hay un buen número de posibilidades de cometer errores durante la intervención psicoterapéutica.
Lo importante es valorar que prestando la atención necesaria y manteniendo una actitud reflexiva y adaptativa a cada circunstancia, es posible corregirlos, y en especial aprender de ellos para que no se repitan en el futuro. El objetivo: ser mejores terapeutas.
Referencias
Araya, C. y Herrera, P.A. (2007). Errores y dificultades de terapeutas novatos (Magíster en Psicología Clínica). Universidad Adolfo Ibánez, Santiago, Chile.