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Mitomanía: mentirosos compulsivos

Mitomanía - Mentira compulsiva
Daniel Lobato López
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Al leer el título de este artículo seguramente hayas recordado la famosa película del mismo nombre, protagonizada por Jim Carrey.

En ella, un famoso abogado acostumbrado a mentir continuamente y a nunca cumplir sus promesas, se ve obligado a decir siempre la verdad a causa de un deseo de cumpleaños pedido por su hijo.

En este caso, la realidad no dista demasiado de la ficción. El mitómano, o mentiroso compulsivo, hace de la mentira su forma de vida.

Lo curioso es que, en muchas ocasiones, no le es necesario un motivo válido para hacerlo, por lo que acaba por convertirse en un auténtico hábito que suele acarrearle serios problemas.

¿En qué consiste la mitomanía?

En primer lugar, hemos de establecer una importante diferencia entre las mentiras esporádicas o puntuales y la mentira compulsiva.

En el primer caso, es posible que recurramos a ella para obtener alguna ganancia material o esporádica, pero en general nos sentiremos mal al hacerlo y no tenderemos a recurrir demasiado a ella.

Sin embargo, podríamos decir que un mitómano vive en la mentira. Su modo de relacionarse con los demás está basado en la invención de historias, a veces exaltando cualidades propias, y otras faltando a la verdad por pura compulsión.

Como es de esperar, esta costumbre acaba por enredarle en situaciones cada vez más difíciles de manejar, pues a un mitómano llega a resultarle increíblemente difícil mantener la coherencia entre tanto engaño.

Una de las principales consecuencias de esta forma de estar en el mundo tiene que ver con la paulatina pérdida de confianza por parte de los demás. Aunque al principio alguno de los engaños pueda resultar creíble, los demás rápidamente se dan cuenta de la persona a la que tienen delante.

Esto acaba por producir aislamiento y soledad en el mitómano, el cual muchas veces elige conversar con personas similares, en una especie de ficción aceptada por ambos.

Un poco de biología…

Cabe mencionar que, al mentir, existe una activación importante de un área cerebral denominada amígdala. Esta hace que nos sintamos mal y que no queramos repetir la conducta.

Sin embargo, al activarse muchas veces por esta causa, su nivel de excitación va decreciendo. De esta forma, nos vamos haciendo más tolerantes a nuestra propia mentira, de manera que cada vez nos sentimos menos mal al hacerlo.

Se ha sugerido que en el mitómano, esta habituación a la mentira se desarrollaría de una forma aún más rápida, de manera que los sentimientos de culpa o malestar apenas serían perceptibles.

Por otro lado, se ha demostrado que los mitómanos tienen más sustancia blanca en la corteza prefrontal que el resto, lo cual parece estar relacionado en el propio proceso de la manipulación y la mentira.

¿Un mentiroso, nace o se hace?

No podemos olvidar que la mentira genera varias ganancias en quien la realiza. Por un lado, gracias a ella es posible eludir la realidad. De esta manera, una persona puede evitar responsabilidades en determinados asuntos, lo cual aparentemente le es beneficioso.

En cuanto al origen del mitómano, parece claro que la infancia juega un papel importante en el desarrollo de este problema. Un niño que ha recibido excesivos castigos por mentir, de algún modo ha visto reforzada la atención recibida por ello, lo cual puede acabar haciendo que repita esta conducta hasta la vida adulta.

Es por eso por lo que, en lugar de reforzar un comportamiento negativo, es más interesante inculcarle al pequeño valores como la honestidad y la responsabilidad.

Sin embargo, a veces no es necesario haber sido un gran mentiroso de niño. Basta con que aparezca un aprendizaje en el cual la persona puede deshacerse de los problemas a través de la mentira. De esta forma, recurrirá a ella como un medio para evitar determinadas situaciones.

En otras ocasiones, es la propia autoestima la que tiene mucho que ver en el asunto. Tal y como señalan Casas Rivera (1990) “…la mentira oculta la falta de aceptación de la propia realidad personal, y la sustituye por una ficción que la haga más aceptable”. Es por eso por lo que un adecuado trabajo en autoestima y en habilidades sociales puede resultar esencial en este ámbito.

Para terminar, cabe destacar que la mentira compulsiva o mitomanía está vinculada a muchos otros trastornos psicológicos, entre los cuales destacan el trastorno evitativo de la personalidad y las adicciones. Especialmente en este último caso, se ha demostrado que más del 90% de las personas adictas mienten acerca del consumo de sustancias.

En resumen, la mentira es un agujero en el que la persona va hundiéndose más y más, y de la que cada vez resulta más difícil salir. Desde aquí rompemos una lanza a favor de la completa aceptación y el afrontamiento de los problemas.

Referencias:
La mitomanía en la clínica actual. A propósito de un caso clínico. Rafael Casas Rivera, ML Zamarro Arranz. 1990

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