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Bajo el concepto de Trastorno de Evitación Experiencial (TEE), abordamos en el presente artículo un asunto que, en realidad, nos incumbe a todos de algún u otro modo. Vamos a hablar del sufrimiento humano, en concreto, del sufrimiento psicológico.
Tal y como comentan Luciano, Gutiérrez y Valverde (2005), el sufrimiento psicológico es inseparable de la condición de vivir. Es inevitable que ciertas experiencias vividas nos produzcan algún tipo de malestar, fruto principalmente de la reacción verbal a nivel interno que desarrollamos a partir de ellas.
Esto es así porque nos desenvolvemos principalmente en un contexto lingüístico, y las palabras cuentan con un enorme poder para generar sentimientos y reacciones de diversa índole.
¿En qué consiste el trastorno de evitación experiencial?
Vamos a explicarlo con un ejemplo. Imagina que alguien comienza a tener pensamientos negativos hacia sí mismo. Rápidamente, y siguiendo las recomendaciones de gran parte de la sociedad, tratará de zafarse de ellos lo antes posible.
Para ello, comenzará a luchar desesperadamente contra ellos, tratando de respirar profundo o intentando “pensar en otra cosa”. A pesar de hacerlo, sus pensamientos continúan. Se siente miserable, un auténtico fraude, y su mente no parece darle tregua.
Ante tal situación, se da cuenta de que al beber alcohol, su mente se apacigua, aunque solo sea temporalmente. A partir de ese momento, recurre a su consumo cada vez que experimenta esos pensamientos tan desagradables.
El ejemplo anterior, especialmente cuando ocurre ante situaciones de la vida de un modo generalizado, nos habla del TEE (Trastorno de Evitación Experiencial). En él, la persona no acepta determinadas sensaciones internas o pensamientos que le resultan molestos, y hace todo lo posible por evitarlos.
Esta forma de proceder acaba automatizándose, y la persona acaba encerrada en un círculo cada vez más pequeño, sintiendo cómo su vida se limita.
Cabe mencionar que a todas aquellas emociones, pensamientos o recuerdos que aparecen en el espacio consciente durante un determinado período de tiempo se las conoce con el nombre de eventos privados.
Dichos eventos suelen resultar bastante normales y naturales, según qué circunstancias, pero muchas personas hacen denodados esfuerzos por eliminar aquellos que no les gustan.
Un buen ejemplo sería el caso de una persona que se siente triste ante la pérdida de un ser querido y que comienza a desarrollar una adicción al juego con tal de no permitirse contactar con esa tristeza.
El problema es que muchas de las estrategias que se ponen en marcha para no experimentar dichos eventos privados acaban fracasando, y se necesita hacer cada vez más cosas (muchas de ellas perjudiciales) para “dar en el clavo”.
Si no estás dispuesto a tenerlo, lo tendrás…
Uno de los aspectos fundamentales de este trastorno tiene que ver con el hecho de no querer estar dispuesto a experimentar ciertos eventos privados.
Si hago todo lo posible para no recordar un problema en el trabajo, quizá lo consiga. Sin embargo, inevitablemente este aparecerá aún más en mi cabeza, ya que al intentar “borrarlo” ya lo estoy trayendo a lo consciencia.
Por más que nos empeñemos, no somos capaces de controlar nuestra mente hasta ese punto. Si el lector hace esfuerzos por no imaginar un elefante rosa mientras lee este artículo, a buen seguro que no lo logrará.
La evitación experiencial tendría que ver precisamente con una desgarradora lucha ante la evocación de ciertos pensamientos o sensaciones que no estamos dispuestos a tener. Si hacemos esto con asiduidad, lo más probable es que ciertas áreas de nuestra vida se vean resentidas.
Aceptando que es gerundio
Las denominadas Terapias de Aceptación y Compromiso se han erigido como las principales corrientes terapéuticas encargadas de abordar esta problemática.
Tal es así, que su mensaje principal estriba en ser capaces de aceptar los eventos privados que experimentamos y no tratar de eliminarlos. Más bien se trataría de hacerles hueco y continuar adelante comprometidos con los aspectos valiosos de nuestra vida.
Vamos a explicarlo con otro ejemplo. Imagina una persona a la que han despedido del trabajo. Rápidamente su cabeza comienza a inundarse de pensamientos negativos, y emociones como la ira, la frustración o la tristeza comienzan a aflorar.
La persona acaba haciendo una especie de “pacto” consigo misma, acordando que si se queda en la cama sin hacer nada, sus pensamientos disminuirán. Y normalmente es así pero… ¿Dónde queda entonces su vida? ¿Dónde están las cosas que realmente le importan? ¿Cómo vivirán él y su familia sin un nuevo empleo?
La forma de superar esta experiencia sería precisamente hacerles hueco a todas estas emociones, comprender que son completamente normales, pero comprometerse con seguir avanzando. Así, la persona saldría a buscar trabajo.
Quizá el primer día lo haría con más dificultad, pero poco a poco las emociones negativas irían atenuándose. Y lo que es mejor, las probabilidades de lograr algo valioso (en este caso, un nuevo empleo) aumentarían.
En definitiva, aunque a veces sea necesario evitar algunas cosas, hemos de hacer todo lo posible por no caer en el error de no estar dispuestos a pasarlo mal bajo ningún concepto. Esto no solo puede ser contraproducente, sino que puede conducirnos a un enorme bloqueo y a vivir de manera muy limitada.
Referencias
Luciano Soriano, Carmen; Gutiérrez Martínez, Olga; Rodríguez Valverde, Miguel – Análisis de los contextos verbales en el trastorno de evitación experiencial y en la terapia de aceptación y compromiso – Revista Latinoamericana de Psicología, vol. 37, núm. 2, agosto, 2005, p. 333 – Fundación Universitaria Konrad Lorenz