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Una buena parte de las demandas que encontramos en consulta requieren en alguna parte del proceso de la adquisición, el aumento, la reducción o la eliminación de ciertos hábitos o conductas puntuales. Ante esta circunstancia, las técnicas operantes de modificación de conducta resultan una ayuda imprescindible para cualquier terapeuta.
Es verdad que la fama que precede a este tipo de técnicas no es la más deseable, ya que desde el punto de vista ético se han puesto en cuestión alguno de sus métodos, pero más allá de los escrúpulos que pudieran plantearse, es evidente que utilizadas de un modo adecuado son una herramienta insustituible en nuestro quehacer profesional.
Utilizarlas adecuadamente no es más que hacerlo de acuerdo al código deontológico de nuestra profesión, asumiendo que son técnicas que obvian una parte importante del proceso de cambio (actúan sobre la conducta manifiesta y no tienen en cuenta otros factores como los emocionales o los cognitivos), pero que resultan de una gran eficacia aplicadas a objetivos específicos, y especialmente si se combinan con otras estrategias.
Los fundamentos de este tipo de técnicas se los debemos a Skinner (1953) y básicamente explican la conducta en términos de contingencias, o lo que es lo mismo, las relaciones de probabilidad que se establecen entre la conducta, sus antecedentes y sus consecuencias.
Aunque existen un buen número de técnicas operantes, los principios que las sustentan son sólo tres:
Reforzamiento
Supone la presentación de un estímulo positivo o la retirada de un estímulo negativo, a continuación de una determinada respuesta, con la intención de incrementar su frecuencia o la probabilidad de que se produzca.
Castigo
Al contrario que en el reforzamiento, se produce la presentación de un estímulo negativo o la retirada de un estímulo positivo tras la emisión de una determinada respuesta con la intención de reducir su frecuencia o probabilidad.
Extinción
Consiste en abandonar el refuerzo de una conducta que ha sido previamente reforzada, a consecuencia de lo cual disminuirá su frecuencia o probabilidad.
Estos tres principios, adecuadamente combinados, conforman una batería de intervenciones que abarcan la práctica totalidad de la demanda asistencial que encontramos en consulta, y que podemos clasificar en función del efecto terapéutico deseado: Desarrollar, mantener, generalizar, reducir o eliminar una conducta.
Hacer que una conducta ocurra más a menudo
Un paciente psicótico que se niega a tomar su medicación, un niño encopétrico al que le cuesta utilizar el orinal, un pre-adolecente que no colabora con las tareas domésticas, una joven anoréxica que rechaza los alimentos más nutritivos…
Son muchas las ocasiones que se nos presentarán en consulta para utilizar las técnicas operantes orientadas a mantener o incrementar una determinada conducta, siendo sin duda el reforzamiento el procedimiento de elección para este tipo de casos.
Ya sea mediante reforzamiento positivo (la conducta aumentará ante la presentación consecuente de un estímulo agradable) o negativo (la conducta aumentará ante la eliminación de un estímulo desagradable o aversivo), lo importante a tener en cuenta es que los reforzadores deben definirse siempre por su capacidad para incrementar la conducta con la que son contingentes.
En este sentido debe tenerse en cuenta que un premio no siempre es un reforzador (error bastante frecuente), y que lo será únicamente en la medida en que propicie el aumento de la conducta premiada.
Provocar una conducta novedosa
La incorporación de nuevos hábitos y conductas al repertorio del paciente es un objetivo que suele aparecer más tarde o más temprano en el curso de la terapia.
Para la instauración de nuevas conductas contamos con tres técnicas que comparten el hecho de acercarse de manera progresiva a la conducta objetivo, partiendo de elementos previos que mantienen alguna relación con esa conducta. Estos procedimientos son: moldeamiento, encadenamiento y desvanecimiento.
Aunque los tres procedimientos suponen una aproximación gradual a la conducta meta, mantienen entre ellos diferencias sustanciales.
Así mientras que las respuestas intermedias no tienen por qué formar parte de la conducta final en el caso del moldeamiento, sí que serán parte de la conducta objetivo en el encadenamiento.
En lo que respecta al desvanecimiento, su particularidad es que las aproximaciones se realizan en el estímulo precedente, no en la respuesta esperada.
El uso de estas herramientas en el ámbito clínico está muy justificado: Programas de exposición en fobias simples, programas de activación conductual en pacientes depresivos, adquisición del lenguaje en trastornos del desarrollo, etc…
Eliminar una conducta no deseada
Aunque no son los únicos procedimientos para la eliminación de conductas, la extinción y el castigo son los más conocidos y utilizados.
El castigo consiste básicamente en la presentación de un estímulo aversivo o la retirada de un estímulo positivo de forma contingente a la conducta que se pretende reducir.
Aunque es una técnica que suscita ciertos reparos, su presencia en la vida cotidiana es una realidad indiscutible, formando parte de cualquier tipo de regulación normativa.
En lo que respecta a la extinción, su dinámica se basa en la no presentación de reforzadores contingentes en conductas que antes estaban siendo reforzadas. La ausencia de reforzadores de manera continuada propiciará la reducción y/o desaparición de la respuesta.
Es una técnica que se hace más complicada en la medida en que una conducta es reforzada de manera natural o por muchos reforzadores, ya que resulta más difícil la eliminación de los estímulos que la mantienen.
Ambos procedimientos son muy utilizados para la eliminación de conductas disruptivas en todas las edades, también en el tratamiento de adicciones, en programas de control del dolor, en la reducción de tics, etc…
Organizando las contingencias
La realidad de la práctica clínica suele ser compleja, y en la mayoría de los casos se hace necesario modificar más de una conducta, incluso un buen número de ellas, o hacerlo no sólo con el cliente, sino también con otras personas de su entorno o de su grupo (familia, pareja, clase, equipo)
Cuando nos encontramos con este tipo de demandas necesitamos organizar las contingencias de tal manera que resulte más operativa la intervención, y que nos permita el manejo de conductas más complejas, más numerosas y con más personas.
Los dos sistemas principales para la organización efectiva de múltiples contingencias son dos viejos conocidos: el contrato conductual y la economía de fichas.
Un contrato conductual es un tipo de intervención que utilizaremos tanto para aumentar como para reducir o eliminar conductas.
En general la mayoría de conductas que emitimos a lo largo del día (especialmente las que suponen una interacción social) están reguladas de un modo u otro por contratos, aunque sea sólo de forma implícita.
El contrato puede ser acordado por un profesor y su alumno, por un padre y un hijo, por un terapeuta y su cliente…. En él se especifica la conducta objetivo, las condiciones en que se producirá el comportamiento, y los beneficios o consecuencias negativas que supondrá el cumplimiento o incumplimiento del objetivo.
En cuanto a la economía de fichas tiene como particularidad que el reforzador utilizado para modular la conducta son fichas, o lo que es lo mismo, un reforzador generalizado que puede ser posteriormente intercambiado por los llamados reforzadores de apoyo.
La ventaja de este sistema es que permite que el reforzador sea entregado inmediatamente después de la conducta, al mismo tiempo que, por ser generalizado, no depende de la particular motivación de un sujeto en un momento determinado.
Estas características convierten a la economía de fichas en una técnica especialmente adecuada para trabajar con grupos.
A estas alturas supongo que ya eres consciente de la relevancia que las técnicas operantes adquieren en la práctica profesional del psicólogo, ya sea en el ámbito clínico, educativo, social o laboral.
Conocer estas técnicas en profundidad, independientemente de la orientación teórica que sustenten nuestras intervenciones, es a mi entender una obligación de cualquier profesional de la psicología, justificada en la numerosa evidencia científica y experimental que viene avalando su eficacia desde los años cincuenta.
Puedes ampliar la información y conocimientos sobre las técnicas operantes descargando el documento en PDF que te propongo como complemento necesario al presente artículo: “Técnicas operantes”, firmado por Arturo Bados y Eugeni García-Grau (Universidad de Barcelona), un excepcional documento que repasa de forma seria y rigurosa las principales técnicas operantes y su aplicación al ámbito clínico.
¿Conoces a Sniffy, la rata virtual?Sniffy es justo eso, una rata virtual, pero encerrada en una caja de Skinner, lo que nos va a permitir programar todo tipo de experimentos de condicionamiento clásico y operante sin necesidad de tener al alcance un laboratorio real con sujetos reales. Suena interesante ¿verdad?. Se trata de un software interactivo que no sólo ofrece diversión, sino también experiencias prácticas para configurar desde los más simples hasta los más sofisticados experimentos conductuales simulando a la perfección un entorno real. Aunque su aspecto pueda parecer un tanto anticuado, es sin duda una herramienta insustituible para entender de forma amena, al mismo tiempo que eficaz, los principios del aprendizaje y del condicionamiento que, como hemos visto en este artículo, son de gran relevancia en la práctica clínica diaria y necesarios para cualquier profesional de la psicología sea cual sea su área de intervención. Puedes descargar el software desde este enlace, aunque te recomiendo conseguir el manual en español, ya que la curva de aprendizaje del programa puede resultar algo dura sin una guía adecuada. |
►Recursos:
Técnicas Operantes
►Fuentes:
Imagen cortesía de Alba Soler vía Flickr.com
Es un ariculo muy educativo… el cual contiene unas series de informaciones que sirven como herramienta para mi labores profesional..