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Hace unos días preguntaba a una joven mujer, de vida siempre apresurada, por algunos asuntos. Entre ellos le pregunté cómo se sentía en estos días de confinamiento por la pandemia del coronavirus.
El fragmento que sigue es una parte de lo que me respondió y que, junto a lo que me han referido otras muchas personas, dio pie a la reflexión que hoy traslado a mis lectores y lectoras.
Por fin me he puesto en serio para hablar de lo que me sugeriste. Tenía algunas ideas, pero cuando nos acercamos a algún tema complicado es más difícil ponerse ante ello, ¿no?.
No tengo gran cosa que contarte desde la última vez que hablamos por WhatsApp… metida en casa, como todos, y, aparentemente, con más trabajo. Pero también más tranquilidad.
El otro día mi amiga Begoña me dijo algo que decidí quedármelo: “No paro a no ser que mi cuerpo me lo pida”. Esta vez no ha sido mi cuerpo. Pero lo agradezco muchísimo.
Agradecer una situación así suena algo fuerte quizás pero… sí, la verdad es que necesitaba parar y ver otras cosas, pensar, leer, estar sin hacer nada concreto y respirar. Me doy cuenta de lo afortunada que soy viviendo con mis amigas.
Sobre el sentimiento de culpabilidad: No te sientas culpable
Nos encontramos en un momento en el que se suman las desgracias y todas las noticias nos llegan cargadas de un gran dolor y dramatismo. Hay razones de mucho peso para que nos conmovamos por ellas, nos entristezcamos y nos afecten en mayor o menor medida.
Pero eso no impide que en medio de la oscuridad haya ventanas abiertas a la esperanza y al consuelo.
Pongamos otra situación traumática e imaginémonos en ella. Por ejemplo, otro desastre como puede ser un terremoto con derrumbamientos y personas desaparecidas.
Pues bien: Hasta cuando sucede un terremoto y devasta un país con cientos de fallecidos podríamos encontrarnos a una persona sola, que deambula entre los escombros y que puede ser feliz y ser muy feliz (al menos momentáneamente) cuando encuentra entre los cascotes aquella guitarra suya que perdió y que tanto le gustaba tocar.
Este hombre podría sentir un gran desahogo y alivio, podría tocarla y ponerse a hacerlo mientras los niños corren y saltan entre los restos de los edificios ¿Podríamos calificar a esa persona de insensible, de “poco corazón”, mala persona?.
Imagínate en la misma situación y respóndete.
Sobre el confinamiento y algunas de sus consecuencias. El tiempo rescatado en una vida muchas veces acelerada y llena de actividades.
Ese alivio (sentir “me siento afortunado-a”) se puede trasladar al momento actual con la crisis del COVID-19.
He escuchado estos días a muchas personas decir: “necesitaba parar “.O “he hablado con personas con las que hacía años que no hablaba”, o ”estoy disfrutando porque ahora puedo realizar algunas actividades y hobbies que me gustan y antes no podía practicar “.
Y hasta “este tiempo me está viniendo muy bien porque me ha dado la ocasión de pensar en mí, en lo que yo deseo y en el momento en el que estoy en mi vida”.
Seguramente cientos de personas, de las confinadas estos días están sintiéndose culpables ante este sentimiento, contrario a lo esperable ante una gran crisis que se está llevando tantas vidas por delante.
Sienten un conflicto entre dos elementos: entre lo que sienten realmente y lo que debería sentir, las expectativas sobre lo que se espera que sientan. Un conflicto entre el dolor (esperable, que hiere) y la calma (inesperada, imprevisible que alivia, un parón en una vida apresurada).
Muchas de estas personas ocultan está sensación de bienestar, de encontrarse “casi hasta gusto en casa confinadas”. Temen ser tal dadas de egoístas e insensibles.
Son muchas de las que hasta ahora no habían tenido muchas ocasiones de disponer de tiempo libre para sí y los suyos. O no se habían reservado ese tiempo, y ahora que lo tienen lo recogen como un gran regalo.
Y es aquí donde afloran muchas reflexiones del tipo:
-¿Quién soy realmente?
-¿Qué objetivos tenía hace un tiempo?
-¿Me he desviado de ellos en estos años de cuasi automatismo y prisas?
-¿Cuáles son mis ilusiones actualmente?
-¿Hacia dónde camina mi vida?
-¿Qué deseo hacer, realmente, los próximos años?
-¿Qué cosas son importantes para mí?
Sí, es una lástima que haya tenido que llegar un organismo extraño que intenta por todos los medios entrar en nuestros cuerpos para lograr sobrevivir a nuestra costa. Y es una gran lástima que haya dañado a tantos seres humanos y continúe haciéndolo.
Pero quizás, con la llegada de ese organismo extraño, para otras personas (como para aquella que encontró su guitarra entre los escombros tras el terremoto y pudo por fin sonreír), el dolor y el daño se conviertan en una posibilidad.
Y la calamidad se transforme en un período que nos obsequia con el tiempo necesario para el encuentro con nuestro Yo, tan abandonado en muchas ocasiones.
Y en medio del caos, de la pérdida, del sufrimiento tan intenso y repetido, llegue para algunas personas, con el aislamiento y la separación, un suave bálsamo que provea de la tan necesaria calma interior, además de paz y equilibrio:
El reencuentro con su Yo perdido. No nos sintamos culpables por ello. Gocemos de esa paz.