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“Somos lo que los demás esperan que seamos”. Con esta simple y a la vez categórica afirmación podríamos resumir una de las teorías más estudiadas dentro de la psicología de las relaciones humanas, la cual tiene interesantes aplicaciones en diversos ámbitos como el social, laboral y educativo.
Un poco de historia
Pigmalión fue rey de Chipre y a la vez escultor. Cuenta la leyenda que durante mucho tiempo buscó a la mujer perfecta para casarse con ella. Al no encontrarla, decidió tallar una preciosa escultura femenina a la que llamó Galatea.
Tal era el amor que comenzó a sentir por esta escultura que comenzó a tratarla como si fuese una mujer real, demostrándole su amor. A los pocos días, fruto de este trato, la escultura cobró vida.
¿Qué es el efecto Pigmalión?
El efecto Pigmalión, llamado a veces profecía autocumplida, no es más que el efecto que ciertas personas tienen sobre nosotros según sus expectativas, lo cual les hace comportarse de una determinada forma. Es decir, si alguien cree que somos inteligentes, más o menos conscientemente nos tratará como tal, y nosotros, en una especie de deferencia hacia esa persona, terminaremos adoptando conductas inteligentes.
Tal y como comentamos en nuestro anterior artículo acerca de la teoría del espejo, nuestro vínculo con el otro es mucho más fuerte de lo que podemos imaginar. Sus comportamientos nos influyen, muchas veces actuando como modelos para nosotros. No es extraño que un hijo trate de imitar a su padre, y mucho menos lo es que trate de complacerle, muchas veces buscando comportarse como este espera que actúe.
El nombre de este artículo alude precisamente a esta realidad. Nuestros padres, jefes, parejas o amigos tienen una idea preconcebida de nosotros más o menos estable. Esto hace que, de algún modo, esperen que actuemos de una forma u otra.
Lo curioso es que nosotros, quizá en una especie de búsqueda de aprobación, o simplemente de ser coherentes con la imagen que se proyecta sobre nosotros, acabamos siendo fieles a ella.
Para lo bueno y para lo malo…
Imaginemos el ejemplo de un profesor. Si uno de sus alumnos le cae en gracia y piensa que puede dar mucho de sí, lo más probable es que lo trate de un modo particular. Es decir, será más amable con él, le estimulará, le animará. Ese alumno tiene más papeletas para llegar a ser lo que su profesor espera que sea.
El punto curioso del asunto es si este profesor realmente desea que su alumno destaque o solo desea cumplir su hipótesis, pero ese asunto lo dejaremos para la filosofía…
En el lado contrario, es bastante real el caso de un profesor que tiene tirria a algún alumno por algún motivo. De esta forma, espera que este alumno no destaque, incluso lo ve como un gamberro sin solución. Y como por arte de magia… ¡ tachán! el alumno acaba viéndose tal y como el profesor lo ve…
El poder de la autoridad
El lector habrá observado que hay un punto común a los ejemplos que hemos puesto. Para que el efecto Pigmalión ocurra, la persona que lo inicia debe significar algo para la persona influenciada. Es decir, probablemente alguien desconocido que opine algo sobre nosotros y de manera puntual no tenga el efecto del que hablamos.
Más bien nos referimos aquí a personas que tienen especial importancia para la persona que experimenta el efecto. Hablamos pues de un padre o madre, un jefe, un profesor o cualquier otra persona que de algún modo sea especial para quien recibe el impacto. Es por eso por lo que aquellas personas situadas en dicha posición, muchas veces sin saberlo, tienen una gran responsabilidad.
Un padre que por su propia frustración vital trate mal a su hijo, muchas veces proyectando miedos propios y haciéndole creer que no llegará a nada en la vida, puede literalmente estropear su vida. Esto ocurre aún más en personas especialmente sensibles y con un “yo” no demasiado definido, en las cuales la sugestión y la influencia externa son aún mayores.
La rebeldía y el efecto Pigmalión
Nos gustaría dejar una ventana abierta para aquellas situaciones en las que el efecto Pigmalión puede no cumplirse. Nos referimos a aquellos casos en los que la persona “influenciada” se propone a conciencia hacer justo lo contrario de lo que la otra persona espera de ella.
Muchas veces se trata de un acto de rebeldía, y especialmente ocurre cuando otra persona espera lo peor de alguien. De algún modo, esta situación actúa como motivación para que la persona en cuestión demuestre justo lo contrario.