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Aversión al contacto físico ¿Por qué no me gustan los abrazos?

Aversión a los abrazos
Psicopedia

Desde una edad temprana muchas personas experimentan el afecto y la conexión emocional a través de los abrazos y el contacto físico. Sin embargo, para mí, esta forma de contacto ha sido una fuente de incomodidad y ansiedad.

A lo largo de los años he aprendido la importancia de establecer y comunicar claramente mis límites, y la terapia ha sido fundamental para entender y manejar esta aversión. En este artículo, exploraré en profundidad las razones detrás de mi incomodidad con los abrazos, y cómo he llegado a aceptar y respetar mis propios límites.

Personalidad y Sensibilidad Sensorial

Desde que era niño recuerdo sentir incomodidad ante los abrazos y besos en la mejilla que recibía de familiares en las reuniones. Para muchos, esos gestos eran muestras de amor y cariño, pero para mí eran momentos de inquietud. Me preguntaba por qué esas muestras de afecto, tan naturales para otros, me resultaban tan extrañas e, incluso, perturbadoras. A lo largo de mi vida, esa sensación no ha cambiado mucho.

Ahora se que mi personalidad juega un papel crucial en esta aversión. Soy una persona introvertida y extremadamente sensible a mi entorno. Lo que para otros es un simple toque en el hombro, para mí es una invasión de mi espacio personal. Es como si cada contacto físico abriera una puerta que prefiero mantener cerrada. No es que no aprecie el cariño o la cercanía; simplemente me abruma. Es una sensación de pérdida de control sobre mi propio espacio y mi propio ser.

Además, la sensibilidad sensorial amplifica esta sensación. Siento el roce de la tela, el peso de una mano contra mi piel, el calor que el cuerpo del otro emana. Todo esto se suma en una serie de estímulos que mi cerebro procesa con más intensidad que la mayoría. De alguna manera, el mundo físico se siente más invasivo y abrumador, y el contacto físico cae directamente en esa categoría.

Experiencias Pasadas y Trauma

Aparte de mi personalidad, mis experiencias pasadas también han dejado huellas profundas. Recuerdo una experiencia en la escuela que cambió por completo mi percepción del contacto físico. Fui víctima de acoso, y los empujones y golpes quedaron grabados en mi memoria. Aunque he trabajado mucho para superar ese trauma, mi cuerpo aún reacciona con tensión cada vez que alguien intenta tocarme sin previo aviso. El estrés postraumático no es un mito; es una realidad que me acompaña cada día.

Otro aspecto traumático incluye las experiencias de abuso que muchos enfrentan, lo que podría ser más físico que emocional. Estos eventos marcan la psique y el cuerpo de una manera que el contacto físico es percibido casi como una amenaza. Aun cuando los traumas sean eventos del pasado, sus secuelas persisten, y las respuestas físicas pueden ser instantáneas y casi incontrolables.

Condicionamiento Social y Cultural

La sociedad y la cultura también han moldeado mi percepción del contacto físico. Crecí en una familia donde las muestras de afecto eran escasas. No recuerdo ver a mis padres abrazarse o besarse mucho, y eso, en cierto modo, se convirtió en mi norma. Quizás si hubiera crecido en un ambiente más afectuoso físicamente, mi reacción sería diferente. Pero la realidad es que no sé cómo manejar esos momentos de contacto íntimo, y prefiero evitarlos.

Cada cultura tiene su propio espectro de interacción física. En algunas, los abrazos y besos son comunes entre incluso desconocidos. En otras, los límites de contacto son más rígidos y respetados. Mi propia familia era un amalgama de estas culturas, donde el afecto verbal era más común que el físico. Este condicionamiento se ha perpetuado en mi vida adulta, lo cual hace que los intentos de romperlo se sientan forzados y ajenos.

Ansiedad Social

La ansiedad social es otro factor que no puedo ignorar. Cada vez que alguien se acerca para darme un abrazo, mi mente se llena de pensamientos: ¿Lo estoy haciendo bien? ¿Me estoy demorando demasiado en soltar? El miedo al juicio y a la incomodidad me supera. Es una reacción de lucha o huida que se activa automáticamente, y por lo general, elijo huir.

Esta ansiedad social no se detiene en los abrazos. Incluso los contactos más leves, como una palmadita en la espalda o un saludo con la mano, pueden desencadenar una cascada de pensamientos negativos. La anticipación de estos eventos me causa mucho estrés. Imaginar escenarios me hace evitar situaciones sociales por completo, prefiriendo la seguridad de la soledad sobre la potencial incomodidad del contacto físico.

Autonomía y Control Personal

La necesidad de autonomía y control sobre mi propio cuerpo es fundamental para mí. El contacto físico no deseado se siente como una violación de esa autonomía. Es una invasión de mi control personal, y eso me resulta extremadamente difícil de soportar. Prefiero mantener la distancia física porque es mi forma de asegurarme de que me sienta seguro y en control.

Esta necesidad de autonomía se extiende más allá de las relaciones personales. En cualquier situación, ya sea en el trabajo o en lugares públicos, mantener mi espacio personal es una prioridad. Esta búsqueda de control no es una cuestión de ser controlador sino de seguridad y comodidad. Mi cuerpo es mi dominio, y cualquier invasión, por pequeña que sea, es más que un mero inconveniente.

Factores de Salud Mental

Además de estos factores, mi salud mental también influye en cómo percibo el contacto físico. La depresión ha sido una compañera constante en mi vida, y en mis momentos más oscuros, cualquier tipo de contacto se siente como una carga adicional. Está el ánimo bajo, la energía limitada y la introspección constante que me hacen rechazar el contacto físico. También debo mencionar que ciertos trastornos del espectro autista pueden hacer que sea más difícil soportar estos acercamientos, aunque en mi caso particular, la depresión es la principal culpable.

La depresión, en particular, está cargada de una sensación de vacío y cansancio que el contacto físico no puede aliviar, y normalmente solo empeora. Y cuando se suma la ansiedad, la combinación es debilitante. Los momentos en que necesito distancia son mal entendidos y etiquetados como frialdad, haciendo que las relaciones sean tensas y confusas.

Respetando los Límites Personales

Es crucial que se respeten y comprendan los límites personales. Cada individuo tiene su propio conjunto de normas y barreras, y el contacto físico no debe ser una excepción. He aprendido a expresar mis límites claramente y a rodearme de personas que los respeten. No se trata de rechazar el amor o la conexión, sino de encontrar formas que me hagan sentir seguro y cómodo.

Comunicar estos límites no siempre es fácil, pero es necesario. A veces, los demás se sienten rechazados, lo cual genera incomodidad. Sin embargo, educar y dejar claro que la aversión al contacto físico no es personal mejora la comprensión y adaptación. Apoyarse en palabras amables y en actos de afecto alternativos refuerza las relaciones sin comprometer la comodidad individual.

Buscando Ayuda

Finalmente, buscar ayuda profesional es una opción que considero importante. La terapia me ha proporcionado muchas herramientas y estrategias para manejar esta aversión al contacto físico. Un terapeuta puede ayudar a desentrañar las capas de experiencias pasadas, ansiedad y necesidades de control, ofreciendo maneras de tratar y quizás superar estos desafíos.

La terapia cognitivo-conductual, el mindfulness y otras formas de intervención pueden ser útiles en este proceso. No se trata de forzarme a recibir abrazos sino de entender por qué los rechazo y cómo puedo encontrar un balance para vivir cómodamente. Hablar con un profesional cualificado ofrece perspectivas nuevas y valiosas que pueden abrir caminos hacia una vida más equilibrada y satisfactoria.

En resumen, mi aversión al contacto físico es una amalgama de factores personales, culturales y de salud mental. Comprender esta dinámica me ha ayudado a establecer límites claros y a buscar formas de convivir con esta realidad de manera saludable y respetuosa.

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