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El término inteligencia, ha sido objeto de debate dentro de la psicología durante décadas, habiendo distintas concepciones y teorías como puede ser el medido por el coeficiente intelectual, la inteligencia emocional de Goleman, o las inteligencias múltiples de Gardner.
Desde la vanguardia de la psicología básica, la investigación científica de cómo funcionamos, pensamos, sentimos… cada vez hay más evidencia, acorde a la Teoría de los Marcos Relacionales, que lo que solemos entender por inteligencia sería la fluidez, la facilidad, para relacionar cosas (estímulos, eventos) de distintas maneras.
Estas maneras puede ser en equivalencia (Si = Yes), jerarquía (perro forma parte de algo, de una categoría superior: animal), comparación (más-menos), temporal (antes-después…) entre otras, llamadas enmarques relacionales, y su entrenamiento específico ha demostrado que mejora las puntuaciones en cuestionarios de CI.
En cualquier caso, socialmente al hablar de alguien inteligente solemos referirnos a personas con habilidad intelectual, capacidad para relacionar conceptos, prever situaciones, resolver y encontrar soluciones… siendo por lo tanto un atributo deseable para la gran mayoría, y que se podría resumir en gente que piensa mucho y que piensa bien.
Curiosamente al mismo tiempo, existen en nuestra sociedad creencias del tipo “los tontos son más felices”, “lo mejor que puedes hacer en esta situación es hacerte el tonto” o “las personas inteligentes sufren más, o tienen menos amigos”. Ante un desamor, intentamos “no pensar” en esa otra persona, como manera de evitar malestar.
¿Es entonces cierto, que las personas inteligentes, entendidas como que piensan más y mejor, tienen mayor facilidad para sufrir? Para reflexionar sobre ello, empezaremos por analizar brevemente cómo aprendemos a actuar y en base a qué, para tratar de ver qué de cierto pueden tener estar creencias populares.
Cómo aprendemos
A excepción de algunos comportamientos reflejos básicos, heredados genéticamente, la inmensa mayoría de comportamiento son lo que se llaman conductas aprendidas. Este tipo de conductas puede aprenderse por experiencia directa: Tengo hambre – Como – Me sacio, o por experiencia indirecta: Me han dicho que si voy a Extremadura, coma jamón, que me gustará. En todos los casos aprendemos una tríada de Antecedente – Conducta – Consecuencia (ABC del inglés Antecedent, Behaviour, Consequence).
Hambre / Como / Saciedad (refuerzo positivo).
Ir a Extremadura / Jamón / Placer (refuerzo positivo).
La diferencia es que en un caso, lo ha experimentado la persona, y en el otro no ha sido necesario, lo cual es una gran ventaja evolutiva de los seres humanos, y nos evita comprobar en nuestras carnes, por ejemplo, que el fuego quema para saberlo. De todo ello, nuestro organismo va creando reglas, entendidas como tríadas ABC con las que aprendemos a manejarnos por el mundo de manera eficaz.
¿Por qué es esto importante? Probablemente, hayas oído hablar del refuerzo positivo, negativo, castigo… Si no estás familiarizado, hablamos de refuerzo positivo cuando la consecuencia (C) de una conducta (B), hace que la probabilidad de esa (B) sea más alta.
Tengo sed – bebo agua – me sacio (refuerzo positivo, es más probable que al tener sed vuelva a beber agua).
Tengo sed – como pipas – no me sacio (castigo positivo, es menos probable que al tener sed coma pipas).
Volviendo a las personas inteligentes, son personas que por su experiencia suelen haber tenido éxito (la vida les ha reforzado en múltiples ocasiones) realizando conductas como relacionar conceptos, prever situaciones y anticipar consecuencias futuras, resolver cosas, encontrar soluciones, buscar explicaciones y dar buenas razones.
De este modo, se puede decir que este tipo de comportamientos han sido altamente reforzados y funcionales para la persona inteligente, le han hecho la vida más fácil en muchos contextos, de modo que tienen una gran confianza en este tipo de conducta, las probabilidades de responder con ellas (B) ante muchos estímulos (A) son altas dado un gran historial de experiencias positivas (C).
¿Sufre más la gente inteligente?
¿Dónde pueden estar algunas de las dificultades de las personas que llamamos inteligentes, a la hora de afrontar ciertos temas?
El hecho de ser fluido en el “pensar”, más cuando uno ha oído en reiteradas ocasiones lo inteligente que es por cómo piensa, puede hacer que uno se aferre a sus pensamientos confiando e identificando su “yo” excesivamente con ellos.
Eso puede implicar que a uno le cueste diferenciarse a sí mismo de los pensamientos, quedando lo que en la Terapia de Aceptación y Compromiso llama fusionado a ellos. Es entonces cuando uno se cree plenamente sus pensamientos, que tener el pensamiento “soy un fraude”, significa realmente que soy un fraude.
Por un lado, lo que se llama seguimiento rígido de reglas, o falta de flexibilidad psicológica. Cuando la persona se centra mucho en el plano intelectual, en el cómo deberían ser las cosas, según sus reglas, y actúa en base a ello, puede que quede insensible a cambios en su entorno, que ciertas reglas que en su momento tuvieron todo el sentido, no se ajusten bien a la situación actual, y no permitan comportarse efectivamente.
Dicho de otro modo, abusar de este “pensar” o comportamiento verbal puede hacer que la persona se guíe más por lo que su cabeza dice que es, o debería ser, que por lo que realmente es, impidiendo una adaptación eficaz.
Profundizando en ello, comentábamos que son personas muy diestras con ciertos tipos de comportamiento como dar vueltas a las cosas para encontrar una solución, buscar razones, anticipar, y otras formas de “pensar”. Ante la presencia de un pensamiento, emoción, miedo u otro tipo de situación que genera malestar, la persona puede vivirlo como un problema, algo que modificar o resolver.
Y ante ese Antecedente (A), suele actuar de este modo, (B) analizando, dándole vueltas, evaluando, categorizando… con la finalidad de resolverlo. Lamentablemente, si bien para una gran cantidad de situaciones, podríamos decir el 95% de cosas de la vida, estas estrategias van estupendamente bien, hay otros ámbitos, ese 5% en el que no, en el que uno no tiene el control para cambiar las cosas y que sean de otro modo: Podemos pintar la casa de color azul y eso estará bajo nuestro control, pero que le guste a nuestro vecino es algo que no lo estará.
Ante este 5%, la persona puede estancarse, especialmente si ha aprendido a comportarse principalmente siguiendo reglas, que le indiquen que ante un Antecedente (A) como ese hay que actuar con ese tipo de Comportamiento (B), para encontrar una solución (C) que no está llegando, lo cual puede hacer tambalear la coherencia y maneras de verse uno y el mundo de la persona.
Un fuerte seguimiento rígido de reglas hará que la persona quede enrocada en ese modo de actuar, más si no conoce alternativas, siendo insensible a las consecuencias del momento (C) que dicen que así no se está logrando el objetivo.
Ejemplos de ello serían cuando a una persona le asalta una duda de sí misma, y se enreda con ella, haciendo el denominado efecto bola de nieve. Efecto que puede surgir también cuando una persona hace algo que nos ofende, y lo conectamos rápidamente con otras ofensas, aumentando exponencialmente el malestar.
Del mismo modo, esta tendencia a “pensar” puede hacer que uno se extienda excesivamente en debates internos y filosofar ante situaciones de injusticia propias y ajenas. Sin duda, el cómo se relaciona uno con el sufrimiento propio y ajeno juega también un papel fundamental en ello.
Es importante destacar que nada de lo aquí mencionado son más que tendencias de actuación, y de hecho la propia inteligencia es algo entrenable y mejorable. Citando a Skinner, dado que hemos utilizado su terminología con el reforzamiento, “No consideres ninguna práctica como inmutable, cambia y estate dispuesto a cambiar nuevamente”. Es decir, no se trata de cualidades inherentes a las personas, por más que el cambio requiera un esfuerzo.
La Terapia de Aceptación y Compromiso se centra principalmente en ayudar a las personas a desarrollar flexibilidad psicológica, desde un criterio funcional. Con ello se ayuda a las personas a ver ante qué Antecedentes (A) se responde de maneras (B) que no son efectivas (C), y plantear nuevas alternativas para ese 5% de situaciones en que el pensar mucho, por bien que se piense, no es la solución, sino todo lo contrario, puede incrementar los problemas.
Es difícil encontrar a un tonto que se queje por serlo. También es porque es difícil que reconozcan serlo. A veces lo más inteligente es hacerse pasar por tonto, del mismo modo en que a veces la mayor muestra de valentía es hacerse pasar por un cobarde, del mismo modo en que a veces hay que renunciar a hacer algo destacado, algo de lo que podrías presumir, por no hacerle el mal a nadie que no lo merezca, ni siquiera a un animal. Me estoy liando, estoy haciendo un poco el tonto. Ya se dice que el tonto es peor que el malvado porque el malo descansa de vez en cuando pero el tonto no lo hace nunca. Obviamente, es un dicho, no hay que tomarlo literalmente. Y ya para acabar con estas reflexiones tontas. Ya hace bastante tiempo que abundan los que opinan de cualquier tema indistontamente, tertulianos y demás. Es un gran placer ser inteligente y hacerse pasar por tonto delante de un tonto que se hace pasar por inteligente. Un saludo y perdón por la digresión.
¿Es mejor ser tonto, entonces?. Complicada cuestión, tiene muchas aristas. De todos modos, todos tenemos algo de tontos y/o somos tontos en algo. Y, a veces, es mejor así.