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A día de hoy los trastornos o desórdenes de personalidad suscitan un gran interés. Es un tema recurrente en los diversos medios de comunicación a la hora de trazar perfiles psicológicos y que cada vez se escucha más en la calle.
Personas de mi entorno, suelen recurrir a esta cuestión para preguntarme “si el comportamiento de <<X>> político es “normal” o si ciertas conductas del personaje público <<Y>> no son un signo inequívoco de estar “mal de la cabeza”.
Con esto el ser humano busca de forma cuasi automática un diagnóstico que calme su sed de etiquetar para así poder categorizar mejor el mundo en el que vive y reducir así la incertidumbre y la falta de control con la que tan mal nos llevamos desde que somos racionales.
Necesitamos clasificar, jerarquizar, organizar, estereotipar… porque de esta manera simplificamos el mundo, y sencillamente así nos protegemos del sufrimiento que provoca el desconocimiento, ya que pasamos a considerar que podemos reducir todos los comportamientos, actitudes, respuestas… a esos esquemas y/o guiones mentales que manejamos de forma más o menos eficiente y que nos permiten adaptarnos de una forma funcional.
Para entender el complejo espectro de los pensamientos, sentimientos y conductas de una persona no podemos encasillarlo en una mera categoría. No somos blanco o negro, ya que de esta forma perderíamos la infinita riqueza del círculo cromático y todas cada una de las posibilidades que nos permiten utilizar las dimensiones.
En algunos contextos podemos ser azules pero en otra totalmente distinta, fruto quizás de las circunstancias concretas de ese momento, podemos ser amarillos. También, dentro de una misma dimensión, podemos ser azul claro, azul cian, azul celeste o azul marino. Toda esta colorida metáfora me viene como anillo al dedo para que, a continuación, podamos comprender lo que son los rasgos.
Los rasgos de personalidad
¿Qué es un Rasgo?, llegados a este punto, hasta el más lego en la materia puede concluir que un rasgo es una dimensión. Podemos ser azules, amarillos, verdes o rojos y además podemos ser más o menos azules, más o menos amarillos, más o menos verdes o más o menos rojos.
Pongamos un ejemplo, Juanito puede destacar por ser una persona extrovertida (rasgo que se caracteriza por comportamientos como: altamente sociable, con tendencia hacia la diversión, a la charla, a la búsqueda de sensaciones) y además responsable (organizado, persistente, controlado, con necesidad de logro y con sentido del deber).
Estos dos rasgos son relevantes en la configuración global de su personalidad, pero no resulta complicado entender qué rasgo influirá más en la conducta de Juanito en una discoteca con sus amigos el sábado por la noche y cuál más en la reunión con su jefe el lunes por la mañana.
Es por eso que entendemos a los rasgos como dimensiones o tendencias de respuesta predominantemente estables a lo largo tiempo (aunque no estáticas) y consistentes (aunque no inflexibles) en distintas situaciones de nuestra vida.
Estos rasgos, de los que estamos hablando, son los pilares de nuestra estructura de personalidad, y gracias a su estudio pormenorizado en cada caso concreto intentamos predecir la conducta de una persona en base a la estabilidad y consistencia de los mismos, todo un reto, ya que no podemos aislar a la persona de su contexto y de los estímulos que continuamente recibimos.
Resumamos: Rasgo 1 + Rasgo 2 + Rasgo 3 … + Rasgo n = Personalidad
Por lo tanto, entendiendo que la personalidad está formada por un conjunto de rasgos, nos preguntamos…
¿Qué es la Personalidad?
Podríamos estar horas y horas para consensuar una definición universal del término, ya que a lo largo de la historia de la psicología el debate ha sido arduo e intenso respecto a qué es la Personalidad desde diferentes modelos y orientaciones teóricas. Para entendernos entre tu y yo, la personalidad es el “capitán del barco”. Es ella quien maneja el timón y dirige nuestro proyecto vital hacia un puerto u otro.
Es fruto de dos dimensiones, el temperamento (que se refiere a la forma natural o biológica que tenemos de relacionarnos con el medio y que por tanto es heredable, innato e inmodificable) y el carácter (que es aquello que vamos configurando durante la infancia-adolescencia mediante la interacción con el contexto social, con nuestras vivencias, experiencias y que por tanto es adquirido, modificable y educable).
La Personalidad se cristaliza al final de la etapa adolescente cuando tenemos definida de una forma estable, aunque no estática, nuestra forma de pensar, sentir, actuar y relacionarnos con el mundo. Responde a la pregunta de cómo somos.
La identidad, concepto confundido en muchas ocasiones con el anterior, es el sello personal de nuestra personalidad, valga la redundancia. Ambos términos comparten que la etapa adolescente es un periodo de especial relevancia para la formación de nuestra identidad personal y para la superación de la crisis identitaria tan característica de esa edad.
Es un fenómeno mucho más dinámico y va adquiriendo diferentes matices en función del momento vital que atravesemos. En este caso, la identidad responde a la pregunta de quién soy, al YO.
Resumamos: Temperamento (innato) + Carácter (aprendido) = Personalidad
Los trastornos de personalidad
Ya tenemos casi todo el entuerto resuelto. Sabemos lo que es un rasgo y lo que es la personalidad pero lo que desconocemos es lo que hace falta para pasar de un rasgo “normal”, a un trastorno de personalidad concreto. Es sencillo.
En respuesta a todos aquellos que nos preguntan, sólo barajamos la viabilidad de recurrir al diagnóstico de un trastorno de personalidad cuando los rasgos que presenta la persona son inflexibles y desadaptativos y además, provocan malestar subjetivo o deterioro en las principales áreas del individuo (social, ocupacional…). También debe:
- Ser un patrón permanente de experiencia interna o personal y de comportamiento que debe alejarse acusadamente de las expectativas de la cultura del sujeto. Por tanto, este juicio está mediado por lo que se considera “normal” o “anormal” en el contexto sociocultural en el que vive el sujeto, aunque ese comportamiento en otras culturas sea algo considerado como “normal”.
- Ser un fenómeno generalizado (debe darse en una amplio espectro de situaciones personales y sociales), poco flexible y estable en el tiempo.
- Iniciarse al menos en la adolescencia (etapa que señalamos como fundamental en párrafos anteriores para la cristalización de la personalidad) o en la edad adulta temprana.
Mi objetivo aquí no es caracterizar ni hacer un análisis exhaustivo de cada uno de los diez perfiles de trastornos de personalidad que manejamos en los manuales diagnósticos, tampoco exponer su sintomatología clínica ya que necesitaríamos otro espacio para desarrollar estas otras cuestiones en profundidad.
Lo que pretendo es que entendamos que el diagnóstico de un trastorno de personalidad sólo se puede aplicar a la persona que presenta unos rasgos inflexibles, rígidos y significativamente disfuncionales. Debido a los cuales, la persona sufre y/o no puede adaptarse a las diferentes situaciones de su vida cotidiana.