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La dopamina es uno de los neurotransmisores más conocidos por el público en general. Y tiene su lógica porque convive con nosotros a diario.
Esta sustancia química es, entre otras, la responsable de que por las mañanas nos apetezca con locura una taza de café o de la euforia que sentimos cuando estamos profundamente enamorados.
La dopamina parece estar presente cada vez que necesitamos un poco de placer y energía en nuestras vidas. Entonces, ¿qué hay de malo en que así sea?
La cara más amarga del sistema de recompensa dopaminérgico se entiende mejor al recordar los experimentos con ratas de Skinner en los años 50. Los científicos colocaron electrodos en el sistema límbico (encargado de procesar los estímulos emocionales) del cerebro de los roedores y, cuando se encontraban en una esquina concreta de una caja, enviaban pequeños descargas eléctricas a esa área cerebral.
Según su teoría, si la descarga era lo suficientemente desagradable para el animal, ésta haría que se mantuviera alejado de la esquina. Una cantidad suficiente de descargas provocaría que el cerebro de la rata asociara la esquina de la caja con el estímulo aversivo de la descarga.
Hasta aquí todo normal. Sin embargo, algo extraño e inesperado ocurrió cuando se obligó a las ratas a recibir una descarga eléctrica en el núcleo accumbens (una vía dopamínica que es parte del sistema límbico). En este caso, las ratas hicieron todo lo contrario: en vez de evitar la esquina de la caja, recibieron la descarga una y otra vez. ¡Hasta 700 veces en una hora!
De hecho, fue tan contundente la respuesta que hasta prefirieron la descarga eléctrica en vez de comida. Es evidente que las ratas no podían manifestarnos su ansia por las descargas, pero indudablemente la naturaleza repetitiva de su búsqueda de dopamina dejaba claro que era algo que “necesitaban” hacer.
El aumento de la motivación y la energía que la dopamina nos proporciona es de una gran utilidad, pero cuando exponemos a nuestro cerebro a conductas compulsivas que estimulan contínuamente el sistema de recompensa de la dopamina (p. ej. adicciones) podemos perder el control de nuestros actos como las pobres ratas de la caja de Skinner.
Así que ni la dopamina ni el sistema de recompensa son en sí mismos un problema, ya que simplemente están configurados para recompensar actividades básicas para el mantenimiento de la vida como comer alimentos en buen estado, tener relaciones sexuales, etc.
La clave está en saber estimular la vía dopaminérgica de manera que favorezca nuestra salud y nuestro bienestar.
Cuando la dopamina perdió el honroso título de “hormona del placer”
Las últimas investigaciones publicadas al respecto del sistema dopaminérgico parecen desechar definitivamente la idea de que este popular neurotransmisor regule principalmente el placer, apuntando por contra a que su función principal tiene más que ver con la regulación de la motivación.
Estas conclusiones a las que han llegado investigadores de la Universidad Jaume I de Castellón (España), y cuyos primeros avances fueron ya publicados en la revista Neuron bajo el título “The Mysterious Motivational Functions of Mesolimbic Dopamine”, sugieren que la función básica de la dopamina es la de movernos a actuar, liberándose para conseguir algo, ya sea evitar un estímulo negativo o alcanzar una recompensa.
En el caso de la adicción, los niveles de dopamina se elevan durante el esfuerzo anticipado que el sujeto tiene que hacer hasta conseguir la droga. Según recoge la investigación: “No está regulando lo que el sujeto siente cuando toma la droga, si no que está provocando que persevere hasta conseguirla”.
Nota del Editor
Se comparte para su descarga el documento “Neurobiología del deseo y el placer” firmado por el Dr. Carlos Logatt, en el que se realiza un breve pero completo recorrido por los entresijos de nuestro sistema cerebral de placer y recompensa.
►Recursos:
Neurobiología del deseo y el placer
►Fuentes:
Imagen cortesía de Pixabay.com