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¿Alguna vez te has sentido como un espectador en tu propia vida? ¿Has tenido un déjà vu tan fuerte que te ha llegado a asustar? ¿O has conducido de vuelta a casa en piloto automático, para luego darte cuenta de que no recuerdas absolutamente nada del trayecto? Esas pequeñas “desconexiones” son la versión más ligera de un fenómeno que en psicología llamamos disociación.
Para la mayoría de nosotros, son anécdotas curiosas, un pequeño glitch en nuestra Matrix personal. Sin embargo, para algunas personas, esta desconexión no es un fallo momentáneo, sino un mecanismo de defensa constante y abrumador. Es la forma que tiene su mente de sobrevivir a un dolor o un miedo que, de otro modo, sería insoportable.
Hoy vamos a coger el bisturí de la curiosidad para desmitificar los trastornos disociativos. Olvídate de lo que has visto en Hollywood. Vamos a explorar qué son realmente, de dónde vienen y por qué son infinitamente más complejos y humanos que cualquier guion de cine. Más allá de las películas y los mitos, dediquemos una mirada honesta a cuando la mente se “desconecta” para sobrevivir.
Lo básico: El botón de escape del cerebro
Para entender qué es un trastorno disociativo, imagina que tu cerebro tiene un interruptor de emergencia gigante y rojo. Cuando el estrés, la ansiedad o, más comúnmente, un trauma son demasiado para procesar, el cerebro, en un acto de autopreservación, le da al botón. Y ¡zas!, te desconectas. De tus recuerdos, de tus sentimientos, de tu entorno o, en los casos más extremos, de tu propia identidad.
No es un interruptor único, sino más bien un panel de control con diferentes opciones que podríamos describir de este modo:
- El Olvidadizo (Amnesia Disociativa): ¿Te imaginas que, de repente, hay un agujero negro donde debería estar un recuerdo importante? No hablamos de olvidar dónde dejaste las llaves, sino de lagunas de memoria significativas, casi siempre relacionadas con un evento estresante o traumático. Es como si el cerebro cogiera esa cinta de vídeo y la escondiera en el desván más oscuro para que no puedas verla.
- El Flotador (Trastorno de Despersonalización/Desrealización): Este es uno de los más extraños de describir. La despersonalización es esa sensación de estar viéndote desde fuera, como si fueras el espectador de una película sobre tu propia vida. La desrealización, por su parte, es sentir que el mundo que te rodea no es real, que parece un sueño, un decorado de cartón piedra o que todo va a cámara lenta. Es flipante y, a menudo, muy angustioso.
- El Fragmentado (Trastorno de Identidad Disociativo – TID): Aquí llegamos al más famoso y, sin duda, al más malinterpretado. Olvida la idea de “múltiples personalidades” viviendo en un cuerpo como si fuera un piso compartido. El TID no es la presencia de varias personas, sino la ausencia de una identidad única e integrada. Es una identidad que, debido a un trauma severo y continuado en la infancia, no logró fusionarse. Se fragmentó en diferentes “partes” o “estados del yo”, cada una con sus propios recuerdos, emociones y formas de interactuar con el mundo, como una estrategia desesperada para poder sobrellevar un dolor inimaginable.
Un poco de historia (¡Pero la parte jugosa!)
La idea de que una persona puede “dividirse” no es nueva. De hecho, llevamos siglos dándole vueltas al tema, aunque con nombres cada vez más científicos y menos… medievales.
Al principio, si alguien actuaba de forma extraña o decía no recordar sus actos, la explicación era sencilla: posesión demoníaca. El tratamiento, por supuesto, era un exorcismo. Con el tiempo, la ciencia empezó a abrirse paso y, en el siglo XIX, llegamos a la “histeria”. Un cajón de sastre donde cabía de todo y que, convenientemente, se atribuía casi siempre a las mujeres y a un supuesto “útero viajero” (sí, de verdad).
Fue entonces cuando aparecieron los primeros “rockstars” de la psiquiatría. Jean-Martin Charcot empezó a estudiar a estas pacientes en París, y su alumno, Pierre Janet, fue el primero en acuñar un término clave: “desagregación”. Vio que las experiencias traumáticas podían “desgajarse” de la conciencia principal. Al mismo tiempo, un tal Sigmund Freud en Viena también vinculó estos síntomas a traumas reprimidos… pero luego, en uno de los giros de guion más polémicos de la psicología, se desdijo, se centró en sus teorías sobre la sexualidad infantil y dejó el estudio del trauma y la disociación en el olvido durante casi cincuenta años.
¿Y quién rescató el tema del baúl de los recuerdos? Pues, irónicamente, las guerras mundiales. Los médicos se encontraron con soldados que volvían del frente con “neurosis de guerra” o shell shock, presentando amnesias y cambios de personalidad que no se podían ignorar. Más tarde, el movimiento feminista de los 70 y 80 sacó a la luz la terrible prevalencia del abuso infantil y la violencia de género, obligando al mundo a mirar de frente las consecuencias del trauma. Así, poco a poco, la disociación volvió al lugar que le correspondía y se ganó un capítulo propio en los manuales de diagnóstico, como el famoso DSM.
¿Por qué tanto debate en torno a la disociación?
A pesar de su larga historia, los trastornos disociativos, y en especial el TID, siguen siendo uno de los temas más candentes y controvertidos de la salud mental. Veamos algunos de estos intensos debates.
- El elefante en la habitación: ¿El TID es “real”?
- El Modelo del Trauma: Defendido por la gran mayoría de expertos en trauma, este modelo postula que el TID es una respuesta real, natural y científicamente validada a un abuso crónico y sádico durante la primera infancia, cuando la personalidad aún se está formando. La fragmentación es la única forma que tiene el niño de sobrevivir.
- El Modelo Sociocognitivo: Un grupo más pequeño pero muy ruidoso de escépticos sugiere que el TID no es un trastorno que surja de forma natural, sino que podría ser creado o, al menos, moldeado por las expectativas de ciertos terapeutas, las representaciones en la cultura popular (el famoso “efecto Sybil“, por la película) y la sugestión. No dicen que los pacientes finjan, sino que “aprenden” a comportarse de esa manera.
- ¿Memoria reprimida o falsa memoria? Este es otro campo de minas. El debate se centra en si los recuerdos de traumas que emergen durante la terapia son recuerdos reales que estaban “bloqueados” (reprimidos) o si, por el contrario, son “falsos recuerdos” creados sin querer a través de técnicas terapéuticas sugestivas. Es un tema increíblemente delicado con implicaciones legales y personales enormes.
- El reto del diagnóstico: Diagnosticar un trastorno disociativo es muy complicado. Los síntomas se solapan con un montón de otras cosas: depresión, ansiedad severa, trastorno límite de la personalidad (TLP), psicosis e incluso epilepsia. Además, como el paciente suele intentar ocultar sus síntomas por vergüenza o miedo, un profesional puede tardar una media de 7 a 12 años en dar con el diagnóstico correcto.
Arreglando el puzle: ¿Hay esperanza?
Después de este panorama, puede parecer un puzle imposible de resolver, pero nada más lejos de la realidad. Hay muchísima esperanza.
La clave no está en las pastillas. No hay una “píldora mágica” que cure la disociación. Aunque a veces se usan fármacos para tratar síntomas coexistentes como la depresión o la ansiedad, el tratamiento principal y más efectivo es la psicoterapia. Se trata de un trabajo a largo plazo, en un entorno seguro, para hablar, procesar el trauma y, poco a poco, aprender a conectar las diferentes piezas del yo.
Existen terapias muy efectivas, como el EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares), que ayuda al cerebro a “digerir” y archivar los recuerdos traumáticos de una forma menos dolorosa, o la Terapia Cognitivo-Conductual (TCC) centrada en el trauma, que ayuda a reprogramar los patrones de pensamiento y comportamiento disfuncionales.
El objetivo de la terapia, especialmente en el TID, no es “eliminar” las otras partes de la identidad, como si fueran enemigos. El objetivo es fomentar la comunicación, la cooperación y la co-conciencia entre ellas, trabajando hacia una mayor integración para que la persona pueda llevar una vida más funcional, unificada y plena.
Y si echamos un vistazo al futuro, la cosa se pone aún más interesante:
- Espiando el cerebro: La neurociencia está usando técnicas de neuroimagen (como la resonancia magnética funcional) para, literalmente, ver cómo funciona un cerebro disociado. Estamos empezando a observar diferencias estructurales y funcionales reales. ¡Ciencia ficción hecha realidad!
- En busca de la huella dactilar: Los investigadores buscan biomarcadores, es decir, algún indicador biológico (genético, hormonal, etc.) que pueda ayudar a identificar objetivamente la disociación y facilitar un diagnóstico temprano.
- Tratamientos a medida: El futuro de la psicoterapia es la personalización. Cuanto más entendamos cómo funciona cada cerebro y cada trauma, mejor podremos adaptar las terapias a las necesidades únicas de cada individuo.
Más allá del estigma
Los trastornos disociativos no son un truco de guion, ni una excusa para llamar la atención, ni una fantasía. Son la respuesta real, compleja y profundamente humana de una mente que ha tenido que enfrentarse a un dolor inimaginable. Son una proeza de supervivencia.
La próxima vez que oigas hablar de este tema en una película, una serie o una conversación, te invito a hacer una pausa. Recuerda que detrás de la etiqueta diagnóstica, detrás del morbo y el mito, hay una persona real luchando con todas sus fuerzas por sentirse completa, por recoger los pedazos de su historia y construir un futuro.
La empatía, la curiosidad sin prejuicios y la comprensión son el primer paso. Y a veces, el más importante para sanar.
Referencias Bibliográficas
American Psychiatric Association. (2014). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) (5.ª ed.). Editorial Médica Panamericana.
Brand, B. L., Sar, V., Stavropoulos, P., Krüger, C., Korzekwa, M., Martínez-Taboas, A., & Middleton, W. (2016). Separating Fact from Fiction: An Empirical Examination of Six Myths About Dissociative Identity Disorder. Harvard Review of Psychiatry, 24(4), 257–270.
Dalenberg, C. J., Brand, B. L., Gleaves, D. H., Dorahy, M. J., Loewenstein, R. J., Cardeña, E., Frewen, P. A., Carlson, E. B., & Spiegel, D. (2012). Evaluation of the evidence for the trauma and fantasy models of dissociation. Psychological Bulletin, 138(3), 550–588.
Van der Hart, O., Nijenhuis, E. R. S., & Steele, K. (2006). The Haunted Self: Structural Dissociation and the Treatment of Chronic Traumatization. W. W. Norton & Company.