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Reflexionando sobre cómo nuestro psiquismo se constituye desde la primera infancia, a partir del discurso de un otro significativo, de nuestras interacciones e identificaciones con ese otro, podemos ver que esa relación con un otro nos acompaña toda la vida, puesto que en la adultez el discurso cultural de la sociedad en la que vivimos se infiltra de igual manera en la construcción del psiquismo individual, consideraciones que también podemos aplicar a la comprensión de los trastornos de pánico.
Las crisis de pánico se caracterizan porque la sintomatología se acumula en un corto espacio de tiempo y cursa con una gran descarga neurovegetativa sobre el cuerpo y la mente.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la NIMH (National Institute of Mental Health) caracterizan a la crisis de pánico como un grupo de por lo menos cuatro síntomas de aparición súbita, sin motivo aparente y de pocos minutos de duración, alcanzando su máxima expresión en los primeros 10 minutos. Entre los síntomas asociados a una crisis, se pueden identificar:
- taquicardia
- sudoración
- temblores y sacudidas
- disnea, ahogo
- dolor en el pecho, opresión torácica
- náuseas
- mareos y desmayos
- sensación de irrealidad
- sensación de pérdida de control
- acaloramientos, escalofríos
- hormigueo en las extremidades
- miedo a morir.
Existen factores fisiológicos objetivos y alteraciones bioquímicas que activan las crisis, entre ellos la reacción hipoglucémica, el prolapso de la válvula mitral, la hipotensión y la hiperventilación.
Existen también varias teorías que involucran a los neurotrasmisores y sustancias tales como la noradrenalina y serotonina, por lo cual ya se dispone de diferentes fármacos para tratar el trastorno.
Desde el psicoanálisis se han considerado los diversos tipos de síntomas relacionados con la angustia como el resultado final de un malestar individual ante conflictos intrapsíquicos o situaciones traumáticas externas, inconsciente en su mayor parte.
Freud se refiere a las crisis de pánico como neurosis de angustia, en donde la angustia es la base del fenómeno, sin embargo carece de un mecanismo psíquico, no proviene de una representación reprimida, por lo tanto no se pueden tratar desde el psicoanálisis, porque al no haber algo reprimido, no hay una representación interpretable.
Es importante considerar que estas aseveraciones fueron realizadas por Freud a fines del siglo XIX, momento en el cual se estaba determinando la claridad del campo clínico en el que se involucra el psicoanálisis, por ello se deja fuera del campo psicoanalítico todo lo que tiene que ver con las neurosis actuales. Pero aún así Freud nos deja todas las enseñanzas necesarias para su abordaje.
A fines del siglo XIX no había recursos simbólicos que una persona pudiera asociar a una crisis de pánico, por lo que Freud relaciona las crisis con perturbaciones e influencias nocivas provenientes de la vida sexual.
Freud menciona que, toda la terapia reposa en la posibilidad de hacer descender por debajo del límite intolerable, el nivel de la carga que gravita sobre el síntoma nervioso, y que esto se logra al actuar sobre aquello que causa la crisis.
La persona víctima de una crisis de pánico, necesita comprender lo que le sucede, esa incomprensión le confunde y asusta. Por ello es importante dar un sentido al nexo causal.
La crisis de pánico no es una crisis de angustia -esto ya lo decía Freud- es un equivalente de la angustia, la crisis de pánico va al lugar de la angustia que no está. Y la angustia que no está, ha quedado anulada como último refugio del psiquismo. Al no contar con el recurso de la angustia, frente a la tensión, se desencadena la crisis de pánico.
La crisis se puede deber a experiencias en la infancia, marcadas por la angustia temprana de haber vivido desamparo psíquico en tiempos constituyentes, derivando rasgos de carácter que han hecho que el dolor y la angustia llegaran a niveles extremos.
Esto ocasiona que frente a una situación externa que someta a una presión extrema, el sujeto no se angustie ni registre como especialmente perturbador lo que está viviendo. Esta sobrecarga da pie a que un acontecimiento fortuito no demasiado relevante en sí mismo, pueda ser el factor desencadenante para la aparición de las crisis.
En definitiva, tanto el origen de las crisis de pánico como su mantenimiento son fenómenos complejos en los que intervienen muchos factores en permanente interacción; por ello debemos entenderlos en su complejidad para poder enfrentarlos con intervenciones específicas a cada situación clínica.
Es importante destacar la importancia de considerar la singularidad de cada caso y la necesidad de sostener una actitud terapéutica comprometida con estos pacientes, que, cuando el caso lo amerite, permita considerar el abordaje interdisciplinario.
Fuentes bibliográficas:
D.S.M.-V. (2013). Criterios diagnósticos (A.P.A.), Madrid, Editorial Médica Panamericana.
Freud, S. (1979). Inhibición, síntoma y angustia. En L. López-Ballesteros (Traduc.), Obras completas: Sigmund Freud (Vol. XX, pp. 71-164). Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado 1926)
Freud, S. (1981). Sobre la justificación de separar de la neurastenia un determinado síndrome en calidad de neurosis de angustia. En L. López-Ballesteros (Traduc.), Obras completas: Sigmund Freud (Vol. III, pp. 85-112). Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado 1895)