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Mi experiencia con EMDR: cómo desbloquear traumas y recuperar el equilibrio emocional

Terapia EMDR
Eduardo Tesana

Durante años arrastré bloqueos emocionales que no sabía cómo resolver. Lo había probado casi todo: terapias habladas, técnicas de relajación, libros de autoayuda. Nada parecía llegar al fondo del problema. Hasta que, por recomendación de una persona cercana, descubrí EMDR. No sabía muy bien en qué consistía, pero sentí curiosidad. Lo que encontré fue mucho más que una técnica: fue un antes y un después en mi vida emocional.

¿Qué es EMDR y cómo actúa en el cerebro?

EMDR significa “Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares”. Fue desarrollada por la psicóloga Francine Shapiro en los años 80. A grandes rasgos, es una técnica que ayuda a reprocesar recuerdos traumáticos que quedaron bloqueados en el sistema nervioso. En lugar de revivir el dolor una y otra vez, el cerebro tiene la oportunidad de integrar esas experiencias desde un lugar más seguro.

Durante las sesiones, se estimulan ambos hemisferios del cerebro, a menudo mediante movimientos oculares o estímulos auditivos alternos. Esto parece facilitar el procesamiento natural de la información, similar al que ocurre cuando soñamos. El resultado es que los recuerdos pierden intensidad emocional y se colocan en su lugar. No se borran, pero dejan de doler.

Así viví mis primeras sesiones de EMDR

La primera vez que me senté frente a la terapeuta, no sabía qué esperar. Me explicó el proceso con calma. Me pidió que pensara en una situación que me generara malestar. A los pocos segundos de comenzar la estimulación bilateral, empecé a sentir emociones muy intensas. Recuerdos antiguos aparecían sin que yo los buscara.

Fue sorprendente. No era una conversación racional. Era como si mi cuerpo hablara por sí solo. Aparecieron imágenes, sensaciones físicas, incluso frases que no recordaba haber pensado nunca. A ratos era incómodo, pero siempre sentía que estaba avanzando.

Con el paso de las sesiones, fui notando algo nuevo: más ligereza. Dormía mejor. Me sentía menos reactivo. Situaciones que antes me desbordaban ahora no me afectaban igual. No fue inmediato ni milagroso, pero sí profundamente transformador.

Un recuerdo de la infancia que se transformó

Una de las escenas que surgieron en una sesión me sorprendió muchísimo. No era un gran trauma, al menos no lo parecía. Fue un recuerdo de sexto de EGB. En mi clase había un chico que era mayor que el resto. Nos intimidaba, nos hacía pequeños actos de acoso, una especie de bullying constante pero de baja intensidad. Nadie sabía cómo pararlo.

Un día, varios compañeros y yo decidimos enfrentarnos a él. Uno de nosotros se tiró al suelo y le agarro de las piernas, mientras el resto le dábamos unos cuantos golpes juntos, con la inocencia de quienes no están acostumbrados a pegarse. Yo había recordado aquello toda la vida con una mezcla de orgullo y confusión. Por un lado, pensaba que habíamos hecho justicia. Por otro, sentía vergüenza. Habíamos tenido que convertirnos en él para poder hacerle frente.

Ese recuerdo, que creía anecdótico, estaba cargado de emociones no procesadas. Había rabia, pero también tristeza. Había miedo y dolor, pero también una necesidad profunda de entender qué me pasó por dentro aquel día. En la sesión, pude conectar con esa parte de mí que se sintió arrastrada, que actuó desde la impotencia, no desde la maldad. También vi la parte narcisista: la que buscaba sentirse fuerte por fin. EMDR me permitió mirar esa escena desde otro lugar. Lloré, sentí, entendí. Y, sobre todo, solté. Fue una liberación inesperada, pero profunda.

Lo que aprendí y por qué lo recomiendo

Gracias a EMDR comprendí que muchas de mis reacciones actuales estaban ligadas a heridas antiguas. No se trataba de “pensar diferente”, sino de liberar lo que había quedado atrapado. Esta terapia me ayudó a sentirme más presente, más en paz, más libre.

Por eso la recomiendo a personas que sienten que han llegado a un límite. A quienes han vivido traumas, aunque no los llamen así. A quienes repiten patrones emocionales sin entender por qué.

EMDR no es magia: precauciones necesarias

También aprendí que EMDR no es para todo el mundo ni para cualquier momento. Requiere compromiso y, sobre todo, un entorno seguro. La terapeuta debe estar bien formada y tener sensibilidad. No basta con aplicar una técnica. Hace falta acompañar con presencia y respeto.

Es importante que cada persona escuche su propio ritmo. A veces el proceso remueve mucho, y es mejor ir poco a poco. No hay prisa.

También entiendo que a muchas personas les genere desconfianza. A mí también me pasó. Me preguntaba si de verdad funcionaría. Si no sería una moda más. Pero decidí probar. Y lo que viví no fue una técnica superficial, sino un proceso profundo que me conectó con emociones dormidas y que, con tiempo, me ayudó a integrar.

Contar esto me da vértigo, pero también sentido. EMDR me ayudó a recuperar partes de mí que creía perdidas. No me curó, era un enfermo crónico, y aún me quedan dolencias. Pero me dio herramientas para vivir más entero, más consciente, más conectado.

Espero que esta experiencia sirva a quienes estén buscando un camino de transformación real. Desde lo vivido, puedo decir que vale la pena.

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