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La tristeza no es otra cosa que una emoción que el organismo desencadena cuando nos enfrentamos a una pérdida o a una situación en la que percibimos una falta de la competencia. Es una emoción básica o universal, lo que significa que todos tenemos la capacidad de sentirla.
Como todas las emociones que tenemos la suerte de poder sentir, la tristeza cumple un papel adaptativo. Sin embargo tratamos de superar una depresión es porque esta tristeza en un principio adaptativa ha perdido su camino.
¿Te imaginas como sería la vida sin la capacidad de sentir emociones? ¡Qué aburrido! ¿Verdad?
Cuando digo que la tristeza tiene un papel adaptativo me refiero a que ha favorecido la supervivencia de la especie. Es decir ha ayudado a que los seres humanos sigamos vivitos y coleando hoy en día.
La tristeza favorece la reflexión y la introspección. Te invita a tomarte un tiempo contigo mismo y a elaborar/digerir ese suceso que la ha provocado.
Por ejemplo cuando sufres una ruptura sentimental y te tomas un tiempo para reflexionar qué es lo que falló en la relación para poder mejorar la parte que te corresponde de cara al futuro o cuando pierdes a un familiar y sientes que necesitas despedirte mediantes algunos rituales o pensar a cerca del sentido de la vida y nuestra caduca estancia en este mundo.
Además otra de las funciones que cumple la tristeza es provocar la empatía de los demás. Actúa como una especie de alarma para que tus allegados se vuelquen más en ti y te ayuden a superar el mal trago.
Sentirse triste no es malo, es algo natural pero cómo ya decía Buda “El dolor es necesario, pero el sufrimiento es opcional”.
Entonces… ¿Por qué nos empeñamos en sufrir cuando no es necesario?
Parece que los seres humanos tenemos una especie de adicción al sufrimiento pero en realidad lo que tenemos es una tolerancia muy baja a la incertidumbre.
Intentamos buscar respuestas a todas nuestras preguntas y necesitamos señalar con el dedo a algún culpable cuando sentimos que no somos capaces de controlar determinadas situaciones.
A veces nuestras preguntas no tienen respuesta (o al menos no podemos conocer cuál es) y otras veces no existen culpables. Además ¿Qué más da quién tenga la culpa? ¿Acaso eso va a cambiar la situación?.
Sufrimos porque nos aferramos a otras situaciones, personas, y sentimos que tenemos que luchar con uñas y dientes por ellas cuando quizás sea el momento de dejarlas ir. Sufrimos porque no nos valoramos, no sabemos querernos.
También porque tenemos miedo, miedo al futuro, a nuestras emociones, a no ser capaces, a no ser suficientes.
Cuando la tristeza se vuelve patológica
La tristeza se vuelve patológica cuando en vez de dejarle cumplir su función e irse, tratamos de luchar contra ella con las estrategias inapropiadas.
Es entonces cuando sin quererlo, sin saberlo, empezamos a alimentarla y ésta empieza a irrumpir cada vez con más fuerza en nuestra vida cotidiana.
Cuando nos pasa algo que categorizamos como “malo” es normal reaccionar con tristeza, miedo o con cualquier otra emoción desagradable, cuanto más “grave” y “doloroso” consideramos que es lo que nos ocurre, el impacto emocional inicial ante la experiencia es más fuerte.
Sin embargo una vez digerida esta emoción inicial son las cosas que hagamos a partir de ese momento, las estrategias que usemos para enfrentarnos a esa situación, los cambios que introduzcamos lo que va a determinar que la tristeza se vuelva patológica y pueda convertirse en un episodio depresivo.
La depresión nunca nunca nunca surge automáticamente de la experiencia aversiva sino que constituye un proceso activo, de aprendizaje, que se pone en marcha cuando intentamos superar una situación difícil.
En definitiva aunque sentirse triste es natural, el proceso de deprimirse no es un proceso lógico sino que surge de nuestros intentos por enfrentar de la mejor manera posible las experiencias difíciles y doloras de la vida.
Ejemplo
Imagina la situación de un actor cuya mujer tras 20 años de matrimonio ha tomado la decisión de que ya no quiere continuar a su lado.
Nuestro actor se encuentra terriblemente dolido y triste tras la desaparición de su mujer y decide cancelar todas las obras de teatro que tenía planeadas para el siguiente año, se encierra en casa a vivir con su dolor, se repite una y otra vez que su mujer es irreemplazable, que la perdió por su culpa y que nunca podrá superar su pérdida.
También elude todas las situaciones sociales, deja de quedar con sus amigos de siempre y apenas acude a reuniones familiares. Este tipo de actividades le exigen un esfuerzo y un estado de ánimo que desde luego ahora no posee y por lo tanto rechaza todo tipo de invitaciones.
¿No crees que en pocos meses esta persona habrá convertido su dolor y su tristeza natural en un episodio depresivo?
Contraejemplo
Imagina la situación de un actor cuya mujer tras 20 años de matrimonio ha tomado la decisión de que ya no quiere continuar a su lado.
Nuestro actor se encuentra terriblemente dolido y triste tras la desaparición de su mujer y decide cancelar las actuaciones más próximas y sus compromisos inmediatos, se rodea de un grupo de amigos y familiares que lo apoyan y lo ayudan a reincorporarse progresivamente a la vida pública y a su profesión, poco a poco vuelve a aceptar compromisos y obras, eligiendo en un principio aquellos menos costosos y más apetecibles, busca y encuentra nuevas actividades satisfactorias que sustituyan a aquellas que realizaba con su mujer y aunque a veces se siente terriblemente triste no convierte esa tristeza en el eje de su vida.
Entiende que su mujer es irreemplazable pero acepta la pérdida y acaba encontrando satisfacción en el recuerdo de la vida pasada con ella. Incluso a medida que pasa el tiempo comienza a pasárle por la cabeza la idea de que quizás pueda volver a enamorarse y rehacer su vida con otra mujer.
Conclusión
En épocas de tristeza el cerebro está sumamente activo (recordamos, pensamos, sufrimos, razonamos buscando soluciones, etc) por lo tanto tiene un incremento significativo de su metabolismo consumiendo más oxígeno y glucosa y provocando sensación de agotamiento.
También se reducen los niveles de serotonina, un neurotransmisor cuyos niveles muestran una estrecha relación con la depresión.
Además cuando sentimos tristeza tendemos a tener más pensamientos negativos y a pasar más tiempo solos, siendo más probable que dejemos de lado aquellas actividades sociales o de ocio que son un componente casi imprescindible en la estabilidad emocional.
De esta forma es probable que entremos en un bucle de pensamientos negativos – emociones negativas y apatía que si no cortamos a tiempo puede desencadenar en un episodio depresivo.
“Está situación es terrible, me siento fatal” –> “Emociones negativas” –> “No tengo ganas de hacer nada” –> “No hago nada” –> “Me siento peor porque no hago nada” –> ¡Vuelta a empezar! “Está situación es terrible, me siento fatal”
La tristeza se alimenta mediante:
- La evitación (de situaciones, de responsabilidades, de emociones, etc…)
- Pensamientos irracionales acerca de nosotros mismos, los demás y el mundo (soy una mierda, nunca voy a salir de esto, no merezco, no soy suficiente, nada me sale bien, voy a estar solo toda la vida, nunca nadie me ha querido ni va a querer, etc…)
Y es de esta manera como una emoción en un principio natural y adaptativa se transforma, sin quererlo, sin saberlo en una tristeza infinita, apatía, pensamientos distorsionados, falta de apetito, dificultades para concentrarse o conciliar el sueño, desánimo y en esa sensación de que jamás podremos superar esa situación.