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En el 2012, hice una evaluación psicológica a un buen grupo de estudiantes aspirantes de primer grado de un centro escolar. La prueba era, por supuesto, el famoso test ABC. Su nombre parece relacionado con la lectura y así es, pero no son pruebas de saber leer, sino pruebas para saber que va a tener pocos problemas para aprender a leer.
El ABC consta de 8 pruebas diseñadas para evaluar las habilidades básicas para aprender a leer: coordinación visomotora, memoria visual, atención dirigida, vocabulario, comprensión general, resistencia a la inversión de copia de figuras, coordinación auditivo-motora, resistencia a la ecolalia, capacidad de pronunciación e índice de fatigabilidad. Esta compleja lista de habilidades parece en el cielo para niños y niñas entre cinco y siete años pero en la práctica no es tan cierto.
El test está diseñado para ser cien por ciento motivador para los evaluados, hay que copiar, hacer dibujos con los dedos en el aire, hay una carrera contra el reloj y hasta una historia dramática. Un evaluador bien entrenado en la dinámica del test no tendrá problemas en hacer que los chicos o chicas trabajen. De hecho, es más posible que el evaluador esté nervioso o que los niños y niñas se sientan cohibidos en el test. Esto se debe a que es más difícil dar las consignas y evaluar lo que hacen los evaluados que obedecer las instrucciones, pero una buena aplicación y un buen registro de los datos asegura una adecuada medición de la realidad.
Para la ocasión, sólo tomé tres test de los ocho y evalué ocho infantes (4 niñas y 4 niños). Todos en edad de aprender a leer. Los test usados fueron el 6: reproducción de polisílabos no usuales, 5: reproducción de relatos y 8: punteado en papel. Los objetivos eran evaluar atención dirigida, vocabulario, capacidad general, resistencia a la ecolalia, coordinación auditiva y motora, capacidad de pronunciación e índice de fatigabilidad.
Recuerdo que fue una tarde casi completa y que me sentí agotada. Ya he aplicado el test íntegro en otras ocasiones, tanto en trabajo profesional como en las prácticas universitarias y no deja de ser cansado y retador puesto que aunque sea conocido por los evaluadores implica tener todas las consignas y lo que se debe observar “en el radar”.
Es curioso también considerar que éste test había sido pensado para que un profesor o profesora lo aplicara a sus futuros alumnos. Yo no apruebo esta idea, no porque no crea al docente capaz de ser ecuánime, sino porque este tipo de test, en general, son extremadamente difíciles de aplicar y requieren conocer la lógica de los test psicológicos relativos a las habilidades, más ciertas habilidades de observador agudo y experimentado.
Pero en lo que me quiero centrar es en los resultados. Las mini-pruebas están pensadas para ser evaluadas en una escala de cero a tres, donde, en cada prueba, se especifican las conductas observables que se traducen en un número o puntuación directa. Si el evaluador ha sido capaz de observar y tomar buenas notas del desempeño de infante, calificarlo no es para nada dificultoso.
Las puntuaciones directas de los mini-test se suman y se comparan con un punto de corte, y aquí viene lo interesante, el evaluado debe obtener al menos doce puntos de veinticuatro puntos, es decir, la mitad de los puntos del test, uno punto cinco en promedio en cada prueba.
Como no hice el test completo, traduje las puntuaciones directas a una rúbrica (una estrategia de evaluación docente) donde cero es falta de habilidad; uno, dominio bajo; dos, dominio medio; tres, dominio alto de la habilidad. Tomé estos conceptos y esta estrategia porque son conocidas y manejadas con destreza por los profesores y profesoras. Las puntuaciones de cero a uno fueron tomadas como problemáticas en potencia para aprender a leer y escribir, las cuales deben ser corregidas con las recomendaciones que el test da, según la habilidad que ha de desarrollar.
Para ser sincera, cuando conocí el test tuve mis reservas hacia si los niños son capaces de tales pruebas aún siendo conocedora del desarrollo humano, parece que por el sólo hecho de ser adultos tendemos a infravalorar las habilidades del infante y a querer protegerlo de la mal entendida frustración.
Pero en mis cuatro años de trabajar en contacto con infantes de parvularia he empezado a creer en “el salvaje universal” de Jean Piaget, es decir, en el postulado que dice que los niños y niñas sólo por el hecho de crecer adquieren ciertas habilidades cognitivas sin necesidad de instrucción académica, paradójicamente me he comenzado a convencer de ello con el contacto con la escuela.
En el test del ABC, las conductas esperadas en el puntaje directo dos, resultan tan sencillas y naturales de hacer para los evaluados que hace pensar que para tener un mal desempeño hay que haber deprivado al infante o poseer alguna dificultad genética rara. Por lo que concluyo: para “salir mal” en el test del ABC hay que quererlo y trabajar para ello, en el sentido de que es más difícil que las conductas esperadas no se den con soltura en el niño y la niña. He evaluado incluso niños y niñas sin ningún tipo de contacto con la estimulación de las parvularias y han obtenido al menos doce puntos.
Muy al contrario de la moda de los problemas de aprendizaje y la premura con la que se diagnostica y medica a nuestros niños y niñas, un resultado desfavorable en el ABC se debería más a serias deprivaciones (como el hecho que el evaluado no haya garabateado o coloreado, o que gaste mucho tiempo frente al televisor en lugar de jugar) ambientales, que también están de moda, que a verdaderos problemas de aprendizaje. Pero aún así, es más difícil frenar la tendencia de los niños y niñas a explorar y travesear, que dejarlos ser.
Por tanto, los infantes, en su mayoría, obtienen buenos resultados en el test del ABC, lo cual significa que no existen fundamentos psicológicos para asegurar que el evaluado tendría problemas para aprender a leer y escribir en un proceso adecuado y con buen acompañamiento, cosa que, lamentablemente, no está de moda.
Me atrevería a decir que el proceso de aprender a leer y escribir no se logra con éxito por cuestiones ambientales y de proceso más que a cuestiones psicológicas de problemas de aprendizaje propiamente dichos.
Por azares del destino, me encontré con estos niños y niñas (el grupo íntegro) dos años luego de la evaluación. Todos, sin excepción alguna, escriben, leen y toman dictado sin dificultad (salvo los errores ortográficos esperados a su edad y el caso de una chica con letra muy grande), se expresan por escrito y hacen lectura comprensiva.
Tengo entendido que se les dio el seguimiento de las recomendaciones dadas con los resultados del ABC el año que estudiaron primer grado.
Nota del Editor
Para aquellos que quieran profundizar en los fundamentos de esta prueba se comparte para su descarga el documento “Análisis psicométrico de la prueba ABC de Filho”, que se plantea como objetivo determinar la validez y confiabilidad de un test ya clásico en la evaluación educativa.
►Recursos:
Análisis psicométrico de la prueba ABC de Filho
►Fuentes:
Imagen cortesía de M. Martín Vicente vía Flickr