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Las defensas del yo y los aprendizajes

defensas del yo
Fernando Bello Pineda
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Los aprendizajes sociales, familiares o escolares que se llevan a cabo en ambientes (contextos) hostiles, donde se asocian al sufrimiento de los sujetos que aprenden, también provocan la reacción de defensas psíquicas en contra de esos contextos amenazantes independientemente si se reconstruyen o no conocimientos científicos, técnicos o civiles.

Los escenarios de la vida, todos son contextos de aprendizaje para los seres vivos; no obstante, los más significativos en los aprendizajes humanos, son la familia y la escuela. Estos escenarios (familiares y escolares) también suelen servir a las figuras de autoridad (con conductas sintomáticas) para agredir, violentar y descalificar a sus subordinados; los padres y profesores, ambas figuras de amor y de autoridad pueden marcar negativamente la historia de los procesos psíquicos defensivos de los hijos o de los alumnos.

Las defensas del Yo

Cuando los aprendizajes se realizan en contextos adversos, se acompañan de las defensas del “YO”. La persona de manera involuntaria, construye defensas para evitar, para alejarse de esos ambientes que vive como displacenteros y actúa conductas de evitación o evasión generalizadas; conductas que no solamente reflejan la elaboración de estrategias para no estar en casa, para desafiar a la autoridad, para no asistir al colegio y a las aulas, sino también para resistirse a recordar los conocimientos que pudieran haberse construido en dichos contextos.

En el mismo sentido como se adquieren los conocimientos o (como dice la teoría constructivista), como se reconstruyen, también nacen, evolucionan y se refuerzan “las defensas” en contra de la ansiedad que provocan situaciones amenazantes, tal forma que esas defensas del Yo, evitarán o por lo menos intentarán evitar que la memoria se conecte a los recuerdos dolorosos, momentos displacenteros y a las escenas agresivas de nuestra historia de vida.

La importancia del contexto

En este sentido es que los aprendizajes familiares y escolares asociados con ambientes hostiles, serán más difíciles de recordar. Esto no quiere decir que no se aprenda en condiciones adversas, sino por lo contrario, se afirma que se construyen defensas contra lo que se aprende en esas circunstancias.

Entonces, cuando una institución explora “el rendimiento escolar de los alumnos” midiendo la capacidad para evocar y recordar conceptos, eventos y ecuaciones, esta valoración resultará un tanto errónea si en dicha evaluación no se consideran los ambientes o contextos donde se adquirieron dichos conocimientos.

En las familias pasa algo parecido cuando por ejemplo, los padres o familiares se preguntan y evalúan ¿cómo puede ser posible que este o aquella joven sean alcohólicos, cuando sus padres jamás probaron el alcohol? A pesar de que literalmente nunca tuvieron ese modelo de conducta como ejemplo a seguir, los motivos inconscientes y preconscientes que se formaron al interior de esos jóvenes mediante el contacto con las actitudes (seguramente represivas e irracionales o de abandono pasivo) por parte de sus padres a la hora de desempeñar su respectivo rol, serán los motivos que, a manera de síntomas, los llevan a depender de una sustancia (cualquiera) que fantasiosamente los libera de la ansiedad que les produjo aquella amarga experiencia de su relación con sus padres.

Si observamos la conducta de individuos adultos que, durante su desarrollo fueron obligados a actuar ciertos “valores familiares” que resultaban incoherentes a la dinámica social e incongruentes al interior del ambiente de la propia familia, seguramente podremos ver que por lo general, esos “valores o normas morales impuestas” serán parte del inconsciente colectivo (saberes sociales), pero se pierden en la consciencia de los seres individuales o se transforman en elementos adversos a su propia existencia y, solamente en casos muy contados, se podrán localizar individuos capaces de sublimar esas aberraciones sin que les perjudique en su vida ulterior.

La escuela como contexto relevante

Uno de los escenarios donde se puede observar con mayor claridad la correspondencia directa que existe entre los aprendizajes y el ambiente donde se llevan a cabo, es la escuela. Los contextos o ambientes escolares, son plataformas ideales para observar y constatar los efectos que produce “el ambiente” en la personalidad de los individuos y en sus  aprendizajes.

En este plano escolar “el ambiente” se entiende como la suma de las actitudes de los sujetos que participan en un evento o en ese contexto; y los aprendizajes se entenderán como la reconstrucción e incorporación de los conocimientos o mejor dicho, la introyección de estructuras cognoscitivas, simbologías, significantes y significados que, como rasgos de personalidad, identifican y definen a una persona.

El efecto generacional

En la perspectiva de vida del sujeto actual podemos encontrar, entre todos los factores heredados por las generaciones que lo anteceden, el ingrediente específico que se refiere a los contextos visibles-manifiestos e “invisibles o latentes”, donde creciera este personaje; este factor es en realidad, la comunicación compuesta de actitudes y acciones de las personas o figuras de autoridad (padres y maestros centralmente) que acompañaron el desarrollo del hombre contemporáneo.

No puede ser verdad que las generaciones pasadas fueran totalmente atinadas o certeras en sus procedimientos cuando se han generado personalidades enfermizas en las generaciones que ellos dieron vida. Igualmente sería fantasioso sostener que la violencia que caracteriza a las nuevas generaciones y la ausencia de actitudes éticas en la comunicación que sostienen con su entorno natural y sociocultural se deba al tipo de aire que respiran.

El mundo actual es una mezcla del presente y del pasado; es una visión de la historia que la raza humana escribe día con día. Esas generaciones que ubicamos en el pasado empujaron significativamente a la ciencia, al arte y a la tecnología, lo cual demuestra una vez más, que la humanidad es capaz de aprender, producir y ser ingeniosa aún en situaciones adversas; es capaz de generar sentimientos de solidaridad, ayuda mutua y colaboración aún en desgracia y sufrimiento.

No obstante, el lado contrario de esos valores humanos, también fue alimentado; es decir, las conductas “involuntarias” o irracionales e impulsivas de todo ser humano, población o generación, proporcionalmente también crece y de manera silenciosa, se desarrolla y va adquiriendo poder a la sombra de las consciencias.

El incremento de la delincuencia, el declive de los valores morales y la carencia de civilidad que distingue a gran parte de las sociedades actuales, son el resultado de los aportes de cada una de las generaciones y también son el resultado de las condiciones donde se realizaron los aprendizajes que les dieron lugar; en este sentido y generacionalmente hablando, no hay víctimas y victimarios; existen colaboradores; cabría preguntarnos: tú y yo, ¿cómo estamos colaborando en este proceso?

Los actos involuntarios

Las consecuencias generacionales son una serie de eventos perfectamente coordinados que se acoplan para construir un estilo específico de familia y una determinada situación social.

Las consecuencias generacionales deberán ser entendidas desde dos dimensiones; aquellas que representan una meta conscientemente planteada por los propios protagonistas y, las consecuencias que se generan desde los actos llamados “involuntarios” de esos mismos protagonistas o poblaciones, que no fueran planeados intencionalmente, pero que jamás podrán ser justificables por el hecho de ser realizados sin intención consciente.

Es decir, las consecuencias de la contaminación, del calentamiento global, de la hambruna que arrasa con poblaciones de personas, de las desigualdades sociales, injusticia, corrupción e inequidad; de la violencia e inseguridad social; la falta de respeto a la vida humana y a la naturaleza, no es posible que sean producto de una planeación consciente; pero que sin lugar a duda, son producto de las propias acciones inconscientes y preconscientes de los seres humanos; de sus relaciones familiares y sociales.

Esta dimensión de los actos involuntarios (no conscientes para ser más exactos) está constituida entre otros, por las experiencias siempre dolorosas de la historia de cada persona, independientemente de que se trate de experiencias formales o informales; es decir, se trate de aprendizajes escolares o de la vida familiar cotidiana, que invariablemente llevarán su condimento de displacer, dolor o agresividad.

De esta dimensión “no voluntaria”, emergen las defensas del Yo, emergen los síntomas psicológicos y también gran parte de las actitudes y conducta de las personas; de tal suerte que la inercia de una vida involuntaria y enfermiza pero dominante, nos ha obligado como sociedad a compartir y perpetuar esos “preceptos no conscientes” que están colapsando a la naturaleza y ahogando a la humanidad.


Recursos:
El yo y los mecanismos de defensa
[tab title=”Fuente”]Imagen cortesía de Mclcbooks vía flickr.com

1 comentario en “Las defensas del yo y los aprendizajes”

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