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Hipnosis: libre albedrío e inconsciencia

hipnosis y libre albedrio
Pablo Sabucedo Serrano
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Los orígenes de la hipnosis son difusos. Si bien su mayor pionero fue Franz Mesmer, un desacreditado médico vienés del siglo XVIII, el acuerdo general considera a James Braid como el padre de la hipnosis científica. Acuñó el término hipnosis en su libro Neurypnology, en 1843, donde consideraba los movimientos oculares como su causa.

Conservamos registros de posibles intervenciones hipnóticas en el pasado, como en los templos del sueño en Egipto o los templos de Asclepios en Grecia, pero no podemos asegurarlo con certeza. Han pasado casi doscientos años desde entonces: se han sucedido infinitas teorías, métodos, y opiniones, y grandes figuras como Pierre Janet, Milton Erickson, Sigmund Freud e Irving Kirsch han aportado mucho al campo.

Pero las preguntas clave siguen sin respuesta. ¿Y qué es la hipnosis? Sin adentrarnos en discusiones bizantinas, ni citar la kilométrica definición de la APA, digamos que es un: Estado de atención focalizada que aumenta la sugestionabilidad.

Lo inconsciente es una parte importante del estado hipnótico: no todo lo que se experimenta se retiene en la conciencia. Un fenómeno habitual es la amnesia posthipnótica: olvidar totalmente o en parte lo sucedido durante la sesión, de forma automática o tras la sugestión del terapeuta.

Pero lo que nos interesa en este artículo es el fenómeno de automaticidad: El hipnotizado siente que no controla sus acciones, y que sus emociones (como la tranquilidad), sus sensaciones (como el calor) o sus conductas (como elevar un brazo) son resultado de la voluntad del hipnotizador y no de la suya.

Obviamente, el hipnotizado no está bajo el control del hipnotizador: simplemente, delega parte de su conciencia en él. En el momento en que el terapeuta de una sugestión que atente contra los principios del paciente (por ejemplo, hazte daño, o tírate por una ventana), éste despertará. Es lo que Hilgard denominó “observador oculto”: parte de la conciencia permanece alerta, dispuesta a romper la relación hipnótica si es necesario.

Pero, sin duda alguna, la hipnosis abre interesantes cuestiones respecto a la consciencia y a lo inconsciente. En un congreso psicoterapéutico, un psicoanalista explicaba un caso clínico en un tratamiento con hipnosis. Durante la sesión terapéutica, introdujo una orden postihipnótica: cuando él diese una palmada, el paciente levantaría su pierna para dar una patada al aire.

Tras la amnesia postihipnótica y el despertar al cliente, y cuando éste se acercaba a la puerta para salir, el psicoanalista dio una palmada, y el paciente, obviamente respondió con una patada. “¿Por qué has dado una patada?”, preguntó el hipnotizador. “Porque me picaba el pie”. Lo interesante es que el paciente no estaba mintiendo: no era consciente de la causa de su conducta.

En ese momento, otro asistente al congreso lanzó la pregunta: ¿Y si toda nuestra conducta consciente es así, como esa patada?

Esa es la idea de Kirsch y Lynn con su teoría del set de respuesta. La ilusión no es la automaticidad que se experimenta en hipnosis, sino la experiencia de volición que se percibe en la vida cotidiana. Todas las conductas se activan automáticamente, de forma inconsciente, elicitadas por esquemas, intenciones, expectativas y planes inconscientes.

¿Es entonces nuestra sensación de autocontrol y voluntad una ilusión? ¿Es nuestro eterno esfuerzo por buscar razones y causas a nuestros actos y emociones una ficción a posteriori? Quizá nuestro libre albedrío es una mera racionalización de una decisión ya tomada inconscientemente.

Benjamin Libet realizó un apasionante experimento sobre ello en 1979 en la Universidad de California. Frente al sujeto se colocaba un botón, y se le indicaba que “cuando suene la alarma, pulse el botón”.

Las pruebas electroencefalografías demostraban que la actividad cerebral conducente a pulsar el botón (potencial de preparación) precedía a la sensación de haber tomado una decisión voluntaria. Es decir: primero se activaba el movimiento corporal, después se activaba la sensación de tomar la decisión de pulsarlo.

Libet concluyó que procesos cerebrales automáticos (o inconscientes) toman las decisiones, y sólo después la conciencia crea la sensación ilusoria de haber decidido. El libre albedrío, por tanto, queda relegado a una única función: la de veto.

La función de veto es tan veloz (algunos milisegundos entre el potencial de preparación y la sensación de voluntad), que no somos conscientes de cuando la utilizamos.

¿Podemos fiarnos, entonces, de nuestra experiencia subjetiva? ¿Somos libres de tomar nuestras decisiones? Pero si nuestra conducta es mucho más inconsciente de lo que creemos, entonces el papel de nuestras expectativas no conscientes se vuelve inmenso, y quizá deberíamos prestar más atención a la importancia de las profecías autocumplidas y los efectos placebo y nocebo.

En palabras de Irving Kirsch, “La medida en que nos sentimos depende en gran medida de cómo anticipamos que nos sentiremos”. Si asumes tus expectativas sin autocrítica, se pueden volver fácilmente tu realidad. Todos tenemos la capacidad de experimentar cosas que desafíen nuestras creencias y expectativas: quizá esa es la clave del crecimiento personal.

Fuentes recomendadas

El magnífico manual de Michael Yapko sobre hipnosis: Trancework: An Introduction to the Practice of Clinical Hypnosis. Por desgracia, la traducción al español está descatalogada, pero es el mejor compendio sobre el tema que conozco.

Respecto a Irving Kirsch, el Colegio de Psicólogos ha publicado interesantes artículos y entrevistas sobre su trabajo, y a continuación puedes visualizar el capítulo de Redes que le dedicaron.

Mi tesina de grado cursó sobre la historia de la hipnosis y las diferencias de efectos entre épocas y técnicas: quien esté interesado puede ponerse en contacto conmigo a través de mi ficha de autor y se la enviaré.


Recursos:
Razones Para Actuar. Una Teoría del Libre Albedrío
Fuentes:
Imagen cortesía de Pixabay.com

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