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¿Prefieres fármacos o esfuerzo personal para sentirte mejor?

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Juan Pedro Sánchez

A menudo me encuentro personas que quieren mejorar su vida (¡y quién no!) pero no están dispuestos a hacer el esfuerzo personal necesario.

Cuando hablamos de la realización de talleres de inteligencia emocional para promocionar la salud y el bienestar, manejando adecuadamente emociones como la ansiedad o la ira, son pocas las personas que asisten a la hora de la verdad.

Y menos todavía las que siguen trabajando en el desarrollo de su inteligencia emocional durante semanas y meses.

Escucho muchas excusas (disfrazadas de argumentos racionales) diciendo “no tengo tiempo”, “si estuvieras en mi situación” o “en mi caso esto no funciona”, prefiriendo tomar fármacos para dormir y atenuar la ansiedad (o antidepresivos para mejorar el estado de ánimo).

No quiero buscar aquí culpables, pero sí me gustaría hacernos responsables un poquito más todos para que esta situación mejore.

No digo que haya que excluir los fármacos, pero creo que sólo son necesarios como tratamiento de choque cuando se ha ido dejando ir el malestar, alcanzando niveles que impiden una vida con cierta “normalidad”.

Como psicólogo enfocado en la promoción del bienestar (no ejerzo como terapeuta), considero crítico que empecemos a despertar nuestra conciencia hacia los amplios beneficios que conlleva unos hábitos de vida saludables, tanto a nivel físico (alimentación y ejercicio aeróbico) como psicosocial (optimismo inteligente, inteligencia emocional, relaciones satisfactorias, savoring, etc.).

¿Cómo saber cuándo sería conveniente mejorar nuestros hábitos físicos y psicosociales? Una situación bastante común es cuando ante una dolencia o malestar físico (dolor músculo-esquelético, dolor abdominal, dermatitis o cualquier otro tipo de inflamación dolorosa) vamos al médico y éste nos hace análisis y otras pruebas diagnósticas, pero nos dice “está todo bien”.

En estos casos, lo más acertado sería empezar a cambiar nuestra rutina de alimentación, ejercicio físico y revisión de creencias y emociones limitantes que pueden provocar episodios frecuentes de insomnio, inquietud, irritación emocional, discusiones por cualquier tontería o “rumiaciones” banales sobre el pasado o el futuro, que están fuera de nuestro control.

Aquí volvemos al principio… “no tengo tiempo”, “eso no funciona conmigo” o “si estuvieras tú en mi situación…”.

Por experiencia propia y de otras personas, cuando comenzamos a superar este tipo de excusas que surgen debido a emociones y creencias limitantes (miedo, escepticismo, no puedo cambiar-yo soy así, etc.) y nos ponemos a hacer cambios reales, eso sí, poco a poco para no frustrarnos rápidamente, empezamos a sentir una leve mejoría al principio y una mucha mayor sensación de bienestar pasados unos meses (6 meses al menos).

Pero créeme, vale la pena el esfuerzo porque hoy sabemos que nuestro cuerpo, que es pura biología en su parte estructural, reacciona mucho mejor a la ingesta de alimentos naturales y al ejercicio físico.

Como además hemos conseguido superar (creo) la dualidad cuerpo-mente, también sabemos y podemos comprobar en primera persona, que el bienestar físico y el bienestar mental se influyen y retroalimentan recíprocamente.

Si además desarrollamos nuestra inteligencia emocional, consiguiendo un equilibrio emocional robusto, la necesidad de ingerir fármacos se reducirá a mínimos, ya que sólo en contadas y puntuales ocasiones será necesario hacerlo.

Es decir, estamos hablando de una inversión de trabajo personal, no económico, en nuestra salud física y psicosocial. Además, las personas que convivan con nosotros nos lo agradecerán porque ellos también notarán la mejoría, y con suerte, somos un ejemplo a seguir para ellos y les “contagiamos” nuestros hábitos saludables.

¿Y tú, prefieres fármacos o esfuerzo personal y saludable para sentirte mejor?

¿Estás dispuesto/a a pagar el precio?


Recursos:
La práctica de la inteligencia emocional
Fuentes:
Imagen cortesía de Fetmano vía Flickr.com

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