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En psicología, de las muchas teorías que nos explican , hay una que me llama especialmente la atención: es la teoría de las expectativas que se resumen en tres factores concomitantes para el buen funcionamiento organizacional:
- Relación esfuerzo-desempeño: la probabilidad que percibe el individuo de que ejercer una cantidad determinada de esfuerzo llevará al desempeño.
- Relación desempeño-recompensa: el grado hasta el cual el individuo cree que desempeñarse a un nivel determinado lo conducirá al logro de un resultado deseado.
- Relación recompensas-metas personales: el grado hasta el cual las recompensas organizacionales satisfacen las metas o necesidades personales de un individuo y lo atractivas que son esas posibles.
Pero a mi modo de ver, esta teoría carece de un factor: la reciprocidad de confianza que se genera en las jerarquizaciones laborales, es decir, entre empleados y jefes. Confianza que disminuye en ocasiones cuando el empleado tiene una discapacidad.
Hándicap que en ocasiones nos acompaña durante toda la vida y nos hace sortear constantemente barreras sociales y arquitectónicas, sabiendo que éstas segundas también dependen de las primeras. Así pues, cuando finalizamos el camino académico, que quizás ha sido rocoso, cansado y abatido por luchar contra las discriminaciones que públicamente son enmascaradas por la etiqueta “inclusión”, pero que a la hora de la verdad resulta difícil flexibilizar una simple regla como es el tener más tiempo en un examen o que te pongan una mesa junto al resto de tus compañeros, se cruza en nuestro camino una nueva etiqueta: la llamada ”inclusión laboral”. Que en realidad se reduce a dar trabajo a personas con discapacidad con el mínimo grado equivalente al 33%.
¿Pero qué pasa cuando se tiene más de un 90% de discapacidad? ¿Cuándo se es tetrapléjica, distónica y con disartria? Que eres una persona muy completa, sobre todo físicamente. Pero dejándonos de ironía, cuando consigues acabar una carrera como psicología en las condiciones mencionadas, te das cuenta que lo difícil está por llegar, pero siguiendo la teoría de las expectativas, no hay nada que motive más que los retos, así que viendo la imposibilidad o la dificultad que presenta que te contrate una empresa ordinaria, surgió PsicoVan tu mano virtual.
Una idea que nace entre dos profesionales: uno conductor y motivador del camino académico de la segunda que sólo aspiraba a sacarse el graduado escolar y ahora, después de un grado superior y una licenciatura, no pierde la esperanza de ir mejorando día a día no tan sólo su vida sino también la cotidianidad de personas en su misma situación de dependencia.
Psicovan nace sin ánimo de lucro para dar un asesoramiento virtual y un acompañamiento psicológico tanto a personas con diversidad funcional como a las familias, incluyendo la asesoría a profesionales del ámbito. ¿Quién mejor que una persona con diversidad funcional para comprender, asesorar y aconsejar a ese mismo colectivo?
►Recursos:
Construcción de Tejido Humano en Torno a la Diversidad Funcional
►Fuentes:
Imagen cortesía de mzacha vía morguefile.com